“De qué nos sirve tanta agua salada –se preguntaba hace unos días en uno de sus artículos de opinión de aquí mismo, de El Norte, Fernando Colina– cuando muchos ríos [...] se agostan en medio de la tierra como si fueran Okavangos”. De que muchos ríos se agostan, uno ya era consciente. No solo aquellos transitorios o estacionales como mi Trabancos, hace nada vi seco al Adaja que recordaba de mi niñez alegre y profuso. Y como él, muchos. Pero ni idea al respecto del tal Okavango, así que me puse a buscar. El río en cuestión se estira hasta alcanzar una longitud que casi dobla la del Duero; sus aguas, sin embargo, no alcanzan el mar, antes de llegar se dispersan en una especie de delta donde se amodorran.