No sé lo que soy ni cuando me lo pregunto. Comunista, pensé alguna vez. Aspiro a cierta justicia social, sí, pero ni estudié su doctrina tan en profundidad como para asumirla o descartarla, ni aspiro a vivir en sociedades similares a algunas de las que así se catalogaron. Anarquista, me dije en algún momento. En las etapas más optimistas, confío en que el ser humano escape de amos y soberanos. En las pesimistas, la desconfianza me genera dudas; las dudas, desazón; la desazón, desistimiento. Un hijo de mis padres, asumí con una mezcla de orgullo y resignación. Será que el corazón me late por reflujo de un cristianismo social metido por vena en la infancia y adolescencia.