martes, 9 de septiembre de 2025

NETANYAHU LEE, MI MADRE NO

 

Ilustración de Jose Ibarrola

De forma recurrente emerge una controversia referida a la lectura y su poder para aderezar, siquiera regenerar, la condición humana de las gentes que leen; para elevar el rango de estas un peldaño respecto a quienes apenas han abierto un libro. Ha vuelto a aflorar, al menos en el ámbito de las redes sociales, tras la sentencia/acusación de una afamada de este espectro reticular: “No sois mejores porque os guste leer”.

Al escuchar veredictos tanto análogos como antagónicos, mi cabeza bulle de forma similar a los momentos en los que se autopropone pleitos sobre una pretendida superioridad moral de la izquierda (o, en paralelo, de una determinada derecha depositaria de valores comunitarios).  Entiendo que leer aumenta el potencial de desarrollo humano; que meditar, y aun estimar coherentemente el jugo de las reflexiones, propicia avances en nuestras sociedades. Pero también repaso las innumerables personas que, desde mi madre hasta mi compañero de habitación en el hospital, sin catálogo de lecturas, sin necesidad de erudición, sin presumir de comportamiento, esparcen bondad, difunden generosidad y regalan compromiso. Tal vez porque han sido capaces de comprender el mundo desde su mundo; porque desde la sencillez del día a día, entiendan o no a Nietzsche o Kant, hayan oído o no estos ilustres apellidos, han adquirido una visión global, porque sus miradas integran ciclos completos: desde el preparar la tierra al segar; desde el nacer hasta el morir. Porque aman. Porque quieren.

En estas, siempre recuerdo el final de la película de John Frankenheimer ‘El tren’. Un oficial nazi, despechado después de que la Resistencia frustrase el expolio de patrimonio artístico francés, pretende ofender al líder partisano reprochándole que no era ni capaz de comprender el valor de lo recuperado.

Resulta incuestionable que la miseria genera miserables, pero individuos de esta especie brotan, también, como por generación espontánea pese a que les atavíe el dinero, pese a que se recreen en las fabulosas historias relatadas por escrito.

Interrumpe el debate de la lectura un titular de prensa: "Sorprenden a un niño de 12 años con un revólver, cartuchos, droga y... un libro de Pablo Escobar": se hará mejor.

 Publicado en El Norte de Castilla el 9-09-2025

 

 

 

domingo, 7 de septiembre de 2025

FÚTBOL DE ERA, DE ERA DE PUEBLO

 

Foto: Carlos Gil-Roig

Dado que la polisemia nos propone juegos traicioneros, adelanto que no emplearé el término 'era' como sinónimo de época, como «período de tiempo que se cuenta a partir de un hecho destacado», sino que aludiré al «espacio de tierra [...] donde se trillan las mieses». Apuntado este matiz, se puede afirmar que el Real Valladolid –y sus rivales de la categoría– ejercitan y brindan un 'fútbol de era'. El colorido del uniforme pucelano desplegado en Zaragoza, por lo demás, adecuaba la fotografía a la estación: amarillo veraniego como el del campo llano y extenso de la meseta una vez la espiga se dispone para la siega; un tono pajizo que se mantiene cuando la cosechadora completa su labor.

Un fútbol de era en el que la calidad no termina de brotar porque rara vez se impone al caudal destructivo. En Primera, al menos jugaba el otro; por penosa que fuera la temporada propia, podíamos deleitarnos, siquiera remordidos de envidia, con algún detalle de los rivales. Un fútbol aguerrido por necesidad, bravo por obligación, tenso por supervivencia, académico por normativo... un fútbol en el que un error se transforma en condena no derrocha energía en lo superfluo. Donde 'tiki', 'patapum parriba'; cuando 'taka', pelea cuerpo a cuerpo en pos de bajar un balón, aun dando por bueno la ratio de uno de cada diez, y a ver qué pasa.

A veces, demasiadas, no pasa nada. Todo lo más, el tiempo. Y el consumo de paciencia. Menos en el caso del impasible Almada, que al fin y al cabo es la única persona con potestad para modificar la propuesta o el elenco. El míster pucelano ni ha desprecintado el tarro de su aguante. No ocurre durante el partido. Mientras quien más quien menos especula sobre alternativas que propicien un juego fluido; sobre modificaciones que aumenten la consistencia, la contundencia o cualquier abstracción que mejore el juego, Almada observa y mantiene el equipo inicial hasta que avizora el pitido final. No ocurre entre partidos. Mientras otros entrenadores disertan sobre la conveniencia de modificar el once inicial con el fin de sorprender al rival, de involucrar en el proyecto al mayor número de jugadores, el montevideano persevera –o se empecina– con la misma alineación. Dado que desde fuera entendemos que alguno de los jugadores recién incorporados arribó con vitola de titularidad, nos sorprende la calma con la que se produce la inclusión en la dinámica. Se supone que los Federico o Canós realizaron pretemporada en sus clubes de origen; bien, ni presencia en la convocatoria. Uno, que tiene una edad, recuerda aquel fichaje de Romerito por el Barça de Cruyff: un día aterrizó, dos más tarde lució titularidad ante el Real Madrid. Ni adaptarse, ni tono físico, ni zarandajas. ¿Sabe? Pues a jugar. Almada no responde a los patrones de esa escuela, prefiere la calma y trabajo, o viceversa.

Al final, el progreso se describe como un viaje. Un viaje bueno o malo en función de cuánto y cómo se saboree. Avanzar sin detenerse aporta poco. En el camino se aprovecha el tiempo para disfrutar y aprender.

Publicado en El Norte de Castilla el 7-09-2025