lunes, 23 de mayo de 2005

CON CARGO A PRESUPUESTOS

La “princesita republicana” es ya más princesa y nada republicana. Cenicienta, plebeya, casó con príncipe azulesco pero no fue más cenicienta. La mezcolanza del pueblo y la monarquía, din, don, dan, tañen ebúrneas gargantas advenedizas pero Letizia es Su Alteza Real y de ella, de la que fue, sin noticias; no me refiero a su pasado sino al futuro que delataba su pasado. No hay unión sino abducción. El príncipe, al parecer, se enamoró de una como nosotros, pero se ha casado con una como él. Exclusiva y excluyente, de sucesión dinástica y linajuda estirpe venidera. La Letizia humana y libre ha constreñido su rebeldía con la seda ceñida de un papel de consorte sometida al ogro de un protocolo que no sabe donde colocar a la mujer de su padre. Aquella ortizada del “déjame hablar a mí” pasó a mejor vida borbónica. Un cuento es crear mundos ajenos a éste y ella es protagonista ya de este cuento caro y absurdo que es la monarquía. Incomprensible para mí, pero claro yo como las chuletillas con las manos.

De la boda en sí huí, pero corrió más que yo. Ya fuera en el bar o en el comentario de quien me acompañaba en el autobús: boda. Tan hortera, supongo, como casi todas, pero más. O eso pensaba hasta esta mañana, hasta abrir la prensa y toparme en una foto con el flamear de lo hortera genuino en un cuadro de encorsetado hortera. Ágata Ruiz de la Prada en guiño maliciosamente ingenuo dibujó un corazón republicano en medio del sarao. Como esa niña que llama gorda a la señora gorda ante el sonrojo de sus padres, Ágata hizo hervir la mueca de los que le sonreían. Un traje a la altura del brillante calambur con que Quevedo llamó coja a la mujer de Felipe IV, con la fuerza expresiva de cualquier sátira dramática de Darío Fo a quién el Vaticano llamó bufón cuando le concedieron el Nobel. Sí. Pero entre tanto cortesano el bufón puso colores a su corazón, medio en broma pero muy en serio, y habló; otros, por miedo o interés, callarán para siempre. 

Punto y final a un esperpento, a una ópera bufa –algún autor denomina a este género, casualmente, zarzuela- latosa pero tan previsible como las antecedentes y como, eso temo, las que quedan por venir. Sobre todo si la pareja sigue los consejos de Rouco y crían una ingente prole de borboncitos ortiz. Podemos juntarnos con más niños en palacio que en la Tierra de Campos toda.

Hoy es otro día y como cualquier día toca trabajar, a quién tenga la suerte de tener trabajo.  


Ah, en Valladolid, para no ser menos, también tuvimos teatro en la calle.

jueves, 5 de mayo de 2005

POR LA NEOLENGUA A LA SHARIA

“LA GUERRA ES LA PAZ 

LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA”

Las tres consignas del partido. “1984” George Orwell




Al libro citado, imbuidos por una lectura epidérmica, hemos asociado la idea de una sociedad persistentemente acechada por una pantalla desde la que se observa cada uno de los movimientos de todo individuo. No en vano vivimos en la era de las imágenes. A mí, por el contrario, más que la vigilancia de los movimientos, del libro de Orwell me desasosiega el control del pensamiento. Por más estricta que fuese la vigilancia ningún supuesto Gran Hermano podría aspirar a otra subordinación superior en grado a la obediencia de unos súbditos amedrentados. El dominio absoluto deviene de la aniquilación del pensamiento individual. Cada página del 1984 puntea en ese proceso. La herramienta no es lo de menos, un ministerio encargado de crear un idioma, la neolengua, que tras el vaciado de contenidos del original se torna inútil para expresar sentimientos, sueños, anhelos.  El humano es un ser de palabras y sin ellas, o con ellas restringidas, prostituidas, manoseadas, no es otra cosa que un animal de rebaño. Si la palabra es la célula del pensamiento, su uso fraudulento es la base de la manipulación, de la mentira con aderezos de razón cierta. En ello están. Vocablos edulcorados suplantan a las viejas palabras duras de roer por precisas. Ya nadie despide a los obreros ni cierra una empresa, regula o deslocaliza. Vocablos como libertad, democracia, justicia... antaño preñados de esperanza, ahuecados, hoy son armas arrojadizas en la defensa de algo o  de su contrario. La última perla en el diccionario de la neolengua es objeción de conciencia.

Algunos alcaldes de esta comunidad, encabezados por el siempre ceñudo alcalde de Valladolid, ante la reforma del código civil que iguala en derechos a hederos y homosexuales, se baten en algarada. Apelan a la objeción de conciencia para negarse a oficiar bodas entre personas del mismo sexo y dicho lo cual desfilan opiniones en retahíla. Que si pueden o no pueden negarse, que si la Constitución ampara o no el derecho a la objeción de conciencia, bla, bla, bla. Entre si galgos o podencos otorgamos a la objeción de conciencia un contenido falaz, el pretendido por los alcaldes.

Objeción de conciencia, antes de su secuestro por la neolengua, no era más que un concepto impreciso, un derecho subjetivo, con el que se envolvían los motivos esgrimidos para desobedecer una ley que se oponía a la norma ética individual. En la suma del peso ético de las causas y los métodos enraizaba su fuerza. Era el reto de unos ciudadanos a un poder. El desacato acarreaba para el objetor penas de muerte, cárcel o exclusión social; pero la amenaza del castigo no amedrentaba ante la fuerza de los valores defendidos. Para reafirmar esa postura no aceptaban un beneficio personal de la desobediencia. En algún caso el legislador astuto aspiró a integrar la disidencia sin menoscabo del objeto último de la norma proveyendo algunas leyes con vehículos para su desobediencia. Desobedecer sin desobedecer.

Nuestros prohombres justifican su motín con unas palabras, recitadas tras sugerencias del cardenal López Trujillo, que no denotan un conflicto de conciencia sino otro irresoluble de doble obediencia. Ante la imposibilidad de acatar los dictados de dos fuentes normativas han optado por la de agua bendita radicada en las criptas vaticanas. Contra el agua fresca que, por una vez, brota en el Parlamento.

Pero además la preferencia está motivada de forma artera o la conciencia de estos alcaldes es volátil en demasía.

No hace tanto, quienes hoy se postran de hinojos, no dudaron en apoyar la decisión del mismo Parlamento (con otros mimbres) desoyendo las recomendaciones papales contra la invasión militar de Irak. No hace tanto fustigaban con su verbo iracundo a los musulmanes porque no asumían que en Europa se obedece a la ley antes que a los clérigos, porque imponían la sharía como norma a la que podían. Entre el César y Dios muerte al César si es de los otros, mas si el César es de los míos que muera Dios.

.En neolengua la primera acepción de objeción de conciencia es “instrumento ladino para asestar golpes al oponente político en la cabeza de los que han sido históricamente discriminados por su orientación sexual”. Puede no ser la única si estos neoobjetores, espoleados por sus voceros, calculan que obtendrán réditos políticos. Tal vez mañana su conciencia les impele a pinchar los condones que vayan a ser usados en sus ciudades o a no celebrar matrimonios civiles.

De momento no casarán a los homosexuales y nada les ocurrirá. Algún recoveco del derecho evitará la foto pero han quedado retratados. Pero ojo, sin el aire de las palabras nuestros cerebros se desoxigenan y podemos llegar a creerles.

martes, 26 de octubre de 2004

TENGO MIEDO

Tengo miedo. Un miedo abstracto, inaprensible. Nunca el precio de la muerte fue tan asequible para las hordas patrióticas de naciones, religiones o capitales. Gentes que parecen estremecerse ante una bandera o lloran al oír los sones de un himno que son capaces de matar a quien se interponga ante sus designios o se sitúen en el camino del azar. Terroristas o héroes según se mire; dirigentes políticos o terroristas según miremos. El caso es que, desde una veta de inquina e interés, se está sembrando el mundo con la simiente del odio. Muertos vuestros y nuestros que generarán, sin duda, más muertos.

Tengo miedo ante los atrabiliarios que no dudan, ante quienes pretenden imponer sus objetivos políticos, religiosos o territoriales con la única sílaba onomatopéyica que es capaz de balbucear una pistola o un coche bomba. Tengo miedo de quién pretende obtener réditos políticos o económicos y, revestidos de auras presidenciales, nos arengan ciegamente alimentando la raíz de la aversión que dicen querer evitar.

Porque el odio es una planta de raíces profundas. De ella brota una flor hechicera, la violencia. Cortando la flor se esparcen más semillas permaneciendo incólume la raíz.

No sé si ustedes también. Pero yo tengo miedo.

CRISIS, ¿PARA QUIÉN?

No es nuevo el robo del contenido de las palabras, de tanto usarlas se ajan como mi camisa mil veces puesta.  El Real Madrid compra a Ronaldo en la lonja de carne humana y podemos leer “Revolución Ronaldo”. Voy al diccionario, revolución: Motín, rebelión, cambio importante de un estado de cosas. Más poder al poder no puede ser revolución, acusaríamos de revolucionario a Bush. Ronaldo contribuirá a que las cosas permanezcan como estaban, es la contrarrevolución por antonomasia. Mucho se habla de la crisis económica de los clubes de fútbol y se ejemplifica con los Madrid o Barcelona de turno. Pero en ésta crisis, como en todas, quien desaparece es el Burgos, el Granada...
Nos muestra Oliver Stone en la escena inicial de “Wall Street” a un mendigo bajo un puente y de ahí la cámara recorre el corto camino que conduce hacia el centro del poder: cualquier planta de cualquier rascacielos de Manhattan.
Los clubes no disponen de dinero, pero a “los grandes” les beneficia la situación. Estos manejan recursos que les aferrarán a su pedestal. Los que algún día aspiraron a enriquecerse con valores al alza y se endeudaron hasta las cejas, soñando con burbujas que no cesaban de crecer, ven como lo que no deja de crecer son sus deudas. Los demás se conforman con mantener los mínimos supervivencia, con llegar a fin de mes, aunque sea vendiendo hasta la propia casa.

MALDITAS SEAN

Malditas todas la guerras y malditos nosotros que no tenemos dedos suficientes para contar las que se avecinan. Guerras miserables en la misérrima África, hambre contra hambre, tribu contra tribu. Donde jamás llegó un libro, donde una vacuna es el unicornio azul, nunca falta quien siembre odio, quién lo abone con armas hasta que germinen los cadáveres.
Guerras enfrentando a dos inexistentes dioses disfrazados con advocaciones diversas, padres que, contra natura, entierran a sus hijos y rezan responsos arrodillados ante ese todopoderoso por el cual murieron, mientras, los sacerdotes del único ser supremo verdadero y mensurable recuentan sus ganancias.
Guerras pequeñas, domésticas; sociedades desangradas lenta pero inexorablemente. Una revolución que se aja y se torna en mafia, una mafia que asesina arreglando con ritmo de cumbia los acordes de la democracia. Utopías que tiñen de rojo el sueño del caimán verde de la esperanza. El deseo de justicia, eternamente saboteado por el gigante del norte, no puede brotar de la muerte.
Guerras justificadas en nuestro nombre por un imperio de carne putrefacta que aniquila nuestros sueños de derecho, de razón.
Guerras justas o injustas, legales o ilegales, santas o demoníacas. Os maldigo a todas para siempre.

CERRADO POR VACACIONES

Durante los meses de verano mi cerebro tartamudea, se atasca y me cuesta Dios y ayuda hilvanar palabras que, constreñidas en el blanco del folio, den vida a estos retales que tras cada martes se mudarán en guiñapo para adecentar cristal, cargamento de contenedor o sudario de bocata.

Escarbo en busca de un cobijo en que refrescar mis neuronas en las infinitas tardes del estío mesetario. Pero hasta los libros están de vacaciones. La biblioteca cerrada desde las tres muestra un semblante de palacio fantasmal; como si de repente todos  hubiéramos muerto, como si nadie trabajase por las mañanas y necesitase el refugio vespertino de los libros que allí se prestan. Foco cultural cerrado por vacaciones. Sigo caminando.

HA LLEGADO EL DÍA

Hemos dormido sobre el lecho de una Historia bastarda, hija de usurpadores armados que, sintiéndose depositarios eternos de la tierra, asesinaron a los hombres y después a su memoria. Hemos silenciado sus recuerdos en el mismo baldón en el que fueron fusilados sus sueños. Hemos escondido en el estómago el veneno del mordisco de una víbora que seguía viva cada amanecer. Hemos visto gente que sufre y calla dolor pero ya no miedo, que no sólo “desea su pan, su hembra y la fiesta en paz”. El tiempo de jarcha ha concluido; no hay rencor de viejas deudas pero no se puede vivir sobre el silencio, hijo del miedo, cómplice del terror. No hay ira, pero tampoco libertad mientras perviva el ultraje del olvido, de la desmemoria interesada, de una sangrante herida falazmente cicatrizada. Construir los cimientos del nuevo edificio de la concordia sobre viejas literas de muertos desarropados del calor de una flor es garantía de ruina. Ha llegado el día de lavar su honra: fueron ejecutados y comidos por los gusanos lejos de su hogar, fueron exiliados y probaron el amargor del pastel que no se puede comer en casa, fueron personas de bien. Que puedan descansar, por fin, en paz.

REALIZACIÓN PERSONAL

Dejamos jirones de existencia en las fábricas para comprar otro coche -jamás lo suficientemente grande- que nos embale al mismo atasco, para pagar el piso que nunca termina de ser nuestro... para satisfacer tanta estúpida necesidad creada artificialmente y nos alaban. El discurso oficial insinúa que ese es el camino de la realización personal, que estamos progresando. El trabajo, un intercambio de actividades que nos debería permitir vivir a todos, se ha convertido en nuestra mortaja y su reparto nos subordina por nuestro miedo, mansedumbre o complicidad; hablar de derechos es un ritual pleistocénico. Hemos organizado nuestras vidas para el trabajo, guarderías para aparcar al niño, asilos para almacenar al viejo improductivo, planes de estudio que forman empleados dóciles, ciudades para que el coche nos conduzca a la fábrica y al comercio. Sin espacio, sin tiempo... sin alternativas. Dimitidos de nuestra responsabilidad como ciudadanos libres, nuestro traje es el de consumidores, contribuyentes o cuerpo electoral; nos hemos transformado en masa, burda masa complaciente, devoradora de imprescindibles vacuidades. Vendimos nuestra libertad por un salario. Vendimos nuestra libertad.

PRENSA DEPORTIVA

La objetividad de un periódico es un camelo, una entelequia. Y si fuera posible no sería conveniente, sólo encontraríamos una cabecera. El periodista que se escuda en la objetividad es una farsante, en el mejor de los casos nos narrará su visión-versión de los hechos, en el peor nos encontraremos con el relato que le interesa al patrón, la moto que le venda la parte interesada o la necedad que crea que usted quiere leer. Más la subjetividad no debe cruzar la línea Maginot del respeto y la prensa deportiva la desborda asiduamente. El “As” con un madridismo ramplón, de ópera bufa, “El Mundo Deportivo” y el “Sport” encendidamente culés con un ojo puesto en las inmediaciones del Bernabéu, puro complejo y el “Marca” cuyo dominio del mercado les impulsa a sentirse poseedores de una verdad absoluta inexistente, una prepotencia que les conduce a ridiculizar al modesto y un patrioterismo xenófobo plasmado en titulares como “leña al moro” o “moro, plata y bronce” refiriéndose al atleta El Guerrouj. Vender más te hace más rico no necesariamente mejor.