jueves, 21 de noviembre de 2013

UN DURO POR SUBIR AL ÁRBOL


Seguro que recuerdan aquellos patéticos primeros chistes que nos contábamos. Tenían todos como protagonista a Jaimito. Uno de ellos relata cómo una chiquilla le dice a otra que Jaimito le ha ofrecido un duro por subirse a un árbol. La segunda niña le responde que lo que pretendía el chaval era verle las bragas. La primera sonríe con aire de ingenua ambigüedad y le replica que eso ya lo sabía y que, para evitarlo, se las había quitado antes.

No soy capaz de poner rostro a ese Jaimito etéreo que es el poder económico que todo lo puede, que decide por nosotros. Pero consigue su propósito con creces, porque por menos de un duro ha logrado que varios de nuestros gobernantes accedan a sus peticiones y suban a un árbol mostrando impúdicamente sus vergüenzas. El problema es que el árbol es tan alto que lo vemos todos. Desde allí arriba, el Ministro del Interior muestra que bajo sus calzones tiene un proyecto de ley de seguridad ciudadana (¡anda qué!) cuyo único propósito es blindar las calles para reprimir, ley en mano, cualquier tipo de protesta imponiendo sanciones que sonarían ridículas si se tratase de un chiste, pero estamos hablando de nuestra realidad.

jueves, 14 de noviembre de 2013

QUE CORRA EL MOËT

Nada ha cambiado desde ayer, simplemente queda un día menos para no se sabe qué. Pero la crisis oficialmente ha terminado. Usted, pardillo, aún no se ha dado cuenta porque no tiene estudios en Cambridge, pero si Emilio Botín o César Alierta, que ellos sí saben de lo que hablan, lo anuncian a los cuatro vientos ¿qué razones quedan para dudar? Piénselo, no se deje abatir por el clima de pesimismo. No permita que los agoreros le engañen, la crisis ha terminado, extienda el mensaje en su círculo más íntimo. Comuníqueselo, por ejemplo, a su hija, sí, a la mayor, la ingeniera que trabaja en Birminghan en una hamburguesería. Seguro que cuando esta tarde le vea sonreír a través del Skype se va a llevar un alegrón.

lunes, 11 de noviembre de 2013

SABER HACIA DÓNDE

La asociación de estos datos, dejados caer así, por su peso, puede resultar estremecedora pero son solo dos datos puestos a la misma altura. Dato uno: El número de personas desempleadas en Alemania el año de la víspera del ascenso al poder de Adolf Hitler rozaba los 5.6 millones. Hay que añadir que la población total sobrepasaba los 67 millones. La vieja noche de la Belle Epoque era un vago recuerdo, la gran depresión hundía las economías de los países occidentales y el motor de Europa, sin haberse rehecho de la puñalada que supuso la derrota en la I Guerra Mundial, gripaba. El resto de la historia, más o menos, ya la conocemos. Dato dos: El número de parados registrados este pasado octubre en esta España de 47 millones de habitantes, supera los 5.9 millones. Otra crisis internacional, cebada en lo local con argumentos propios, castiga con crudeza al corazón de la Península Ibérica. Unan los dos números y empiecen a temer. Lo sorprendente, sin embargo, es que si un amnésico o un extranjero desinformado pasease por cualquiera de nuestras calles no sería consciente de los dramas que se esconden entre las paredes. Los analistas foráneos lo flipan, ¿cómo es posible, se preguntan, que estando las cosas como están tanta gente continúe sin moverse? Lo cierto es que si uno pone la oreja al tanto, igual da en un bar o que en la puerta de un colegio, en la sala de espera de un ambulatorio o en cualquier tertulia improvisada alrededor de un banco en el parque, escucha siempre la misma coletilla: algo hay que hacer. Pero ese algo no se hace porque nadie sabe lo que es.

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA PATA OSCURA


El lobo no había conseguido su propósito en el primer intento, pero no se dio por vencido. Caminó hasta el molino y allí pudo blanquear la pata metiéndola en un saco de harina. Ahora sí, pensó, Regresó ufano a la casa de los siete cabritillos. Una vez allí golpeó dos veces la aldaba, escuchó el estruendo de la chavalería e imposto la voz.

-Abrid la puerta hijos míos, soy vuestra madre.

Los cabritillos, advertidos tras el primer intento, desconfiaban. Antes enséñanos la pata, dijeron. El lobo les mostró la pata enharinada y las ingenuas criaturas se convencieron de que era su madre quien estaba detrás. El resto del cuento de Perrault ya lo conocemos.

En su primer intento, el ministro Wert llamó a la puerta de los ‘Erasmus’, pero estos le pidieron que enseñara la pata. Wert se la mostró. Es parda, no eres nuestra madre, le dijeron. El ministro, incrédulo, se la tuvo que mirar. Cuando comprobó que, efectivamente, su pata no parecía blanca se sorprendió.

domingo, 3 de noviembre de 2013

JUSTICIA DE PANA

A la justicia se le representa como una mujer con los ojos vendados portando una balanza en una mano y una espada en la otra. Como mujer en honor a la diosa griega Themis y a su secuela romana Iustitia. La venda, pásmense, pretende transmitir la idea de que no tiene ojos, de que todos somos iguales ante ella. La balanza simboliza el equilibrio, las pruebas y los argumentos se pesan antes de valorar. Con la espada se explica que el veredicto se ha de cumplir por las buenas o por la fuerza. En realidad, si nos atenemos a lo que dicta el refranero, podríamos asegurar que la justicia es hombre y zamorano seguro ya que en su atuendo no falta el pantalón de pana con remiendo en el culo. No puede ser de otra forma, ropa vieja cuyos pliegues se adapten a nuestro cuerpo y remiendos que vayan cubriendo los agujeros por donde entra el frío y asoman las vergüenzas.La justicia tiene (debe tener) un sentido armonizador en las sociedades, por lo que siempre porta un sustrato cultural, la forma con que cada grupo humano valora lo que es bueno y lo que no lo es en los comportamientos individuales y la manera de organizar la propia sociedad. Pero no es suficiente con una serie de sobreentendidos, para poder hablar de justicia es imprescindible que lo dicho anteriormente se articule, se codifique y que haya personas encargadas de administrarla con rigor e imparcialidad. 

jueves, 31 de octubre de 2013

EQUIPO EN ORDEN


Con la cena sin apenas digerir, en cuanto hayamos comido la última uva al ritmo del reloj de la Puerta del Sol, se cumplirá el medio siglo de aquella sarta de astracanadas englobadas en el infamante título de ‘Veinticinco años de paz’ que fueron ideadas y dirigidas por Manuel Fraga para que sirvieran como un panegírico del régimen franquista. Con los cuerpos aún calientes del fusilado Julián Grimau y de Francisco Granados y Joaquín Delgado pasados por el garrote vil, con el Siniestro Tribunal de Orden Público recién parido, el entonces ministro de Información y Turismo hizo suyo el encargo de ofrecer ante la ciudadanía (la propia y la exterior) una cara amable de la dictadura. Barrida durante la guerra la España republicana, silenciados en la posguerra los rescoldos de oposición, se hacía necesario esgrimir una sonrisa y dirigir un verbo conciliador que escondiera los cadáveres bajo la alfombra.

LA LEY DE LA FRONTERA

A orillas de ese Mediterráneo que cantara Serrat suena un vals. Pablo y Anna, los novios, giran y giran arrobados mientras los invitados aplauden y vitorean la unión que se escenifica. La pareja no se diferencia de tantas otras en idéntico trance, pero el escenario y los figurantes explican que son otra cosa distinta de la mayoría. Ambos, no hay más mérito que el azar, son hijos de dos familias de potentados: los Lara y los Brufau, y solo por eso ya llaman la atención. La lista de invitados se pudo realizar copiando de la revista Forbes el listado de los 30 apellidos ‘ilustres’, las 30 familias que se reparten España. Para completar, simplemente hubo que añadir el nombre de alguno de esos capataces que tan bien defienden sus fincas. Dos de ellos, Rajoy y Mas, llevan tiempo peleando a banderazos por discusiones sobre dónde fijar la frontera de la responsabilidad de cada cual. Cuentan sus versiones a quien les quiera oír. Pero en la boda se ríen de estas cuitas con las que entretienen al personal, con las que evitan que el populacho mire al salón donde están los dueños de verdad de todas las tierras, las de allá y las de acá.   

sábado, 26 de octubre de 2013

AROMA VIEJO, NUEVA ERA



No hace tanto, ya corría este milenio, a una de mis tías (como no quiero que se enfade no diré cuál) le dijeron que un periódico de Valladolid había publicado un artículo mío en el que hacía alguna referencia a su pueblo y el mío. Me llamó para decirme que lo quería leer, que si se lo podía mandar. Le dije que no se preocupase, que se lo mandaría a José Luis (un vecino con internet) por correo electrónico y que él ya se encargaría de hacérselo llegar. No te preocupes, me dijo ella, ya me paso yo a buscarlo. Y añadió ¿cuánto tardará en llegar? Evité la carcajada y le dije que nada, que se pasase cuando quisiera, que ya estaba allí. Mi tía se río con mi respuesta más de lo que yo hubiera hecho con la suya y sentenció: Mira que nunca vas a cambiar, siempre con tus bromas, lo que quieres es que vaya para que José Luis se ría de mí. Oye, pues no hubo manera de convencerla de que le hablaba en serio.

jueves, 24 de octubre de 2013

APRENDER A SER ESPAÑOL

Dos versiones de un mismo artículo, una más burra que otra.

Una noche cualquiera, Adolfo Infante paseaba con su marido por las calles de Palencia, tamaño afrenta no podía quedar impune y ya hubo quien les dio la tunda que se merecían. Denunciaron, pobres incautos, los hechos a la policía y esta emitió un informe clarificador. No fue una agresión homófoba, fue, vamos a decirlo claro, una gamberrada propia de dos alegres borrachines, Asunción, Asunción, echa otra de vino al porrón, y a mí, como  ya recordara el prócer Aznar, nadie me tiene que decir cuánto vino tengo que beber. Adolfo, como la mujer del boticario del pueblo de Gila al ver asesinado a su marido, ‘se enfadó el tío asqueroso’ y a posteriori recibió la misma respuesta que aquella: ‘Si no sabe aguantar una broma, márchese del pueblo’.