domingo, 12 de octubre de 2014

DE MELMAC A PUCELA

Entre 1950 y 1956, el senador estadounidense Joseph McCarthy puso en marcha un mecanismo que pretendió, y en buena medida consiguió, amedrentar cualquier disidencia política con el pretexto de eliminar el ‘peligro comunista’. El senador no se anduvo con chiquitas, cualquier cosa que sirviera para tal fin se utilizó, ya fueran falsas delaciones con las que el delator pretendía salvar el pellejo; acusaciones sin fundamento en las que se aprovechaban los odios o los celos del acusador; listas negras que servían, entre otras cosas para impedir realizar su trabajo a quienes en ellas estaban incluidos... En plena guerra fría, los escrúpulos no cotizaban en bolsa. En este contexto se rodaron muchas películas para mayor gloria del régimen; entre ellas, destacaron las de invasiones de extraterrestres, ya que la metáfora era sencilla: los invasores eran seres perversos que compartían la voluntad de aniquilar la sociedad invadida. Entre todas estas películas, aunque buena parte no eran más que pura morralla, ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ destacó por su calidad cinematográfica y por su capacidad para mantener la tensión a lo largo de sus ochenta minutos. Don Siegel casi nos convence de que el peligro puede estar en cualquier parte, que uno no se pude fiar de nadie. Hasta 1980 no puso pie en la Tierra un alienígena bondadoso, E.T. se ganó el corazón de varias generaciones de niños y de los que no lo eran tanto.

jueves, 9 de octubre de 2014

PUES ESO

Una mañana de agosto del verano pasado subí con mi bicicleta al lugar dónde dicen que nace el río Trabancos, un par de cerros en la pequeña localidad de Herreros de Suso. El Trabancos es un río de esos que se convierte en noticia cuando lleva agua, pero que encierra en sí toda la belleza del mundo porque, como escribiera Fernando Pessoa, ‘el Tajo no es más bello que el río que corre por mi pueblo porque el Tajo no es el río que corre por mi pueblo’. De camino hice una parada en Narros del Castillo, allí, en un bar, había un cartel que pregonaba unas estupendas jornadas culturales que se extendían a lo largo de aquel verano. Ese mismo día, cuando ya había regresado, me crucé por la calle con uno de los concejales de mi pueblo, le comenté lo de las jornadas de Narros y le planteé que con un poco de voluntad se podrían desarrollar actividades semejantes en Rasueros. Moviendo la mano en un gesto a medio camino entre el desplante y la resignación me dice que ‘este pueblo tiene el peor ayuntamiento de España entera’. Me quedo de un aire, pero le replico ‘chico, tú formas parte de ese ayuntamiento’. Me mira, sonríe y, a la vez que empieza a irse, responde ‘pues eso’.  

lunes, 6 de octubre de 2014

LA LOBA SIN DIENTES

En uno de esos documentales sobre la naturaleza que antaño emitían en la tele, y que quizá sigan emitiendo, con la buena voluntad de facilitarnos una cabezadita tras la comida, un joven biólogo narraba la forma de organización en las manadas de lobos. En un momento dado, mientras nos contaba que eran los más jóvenes los que se encargaban de ir a buscar las ovejas o cabras que habrían de convertirse en el alimento de la comunidad, adornó la narración con un ‘aunque parezca sorprendente’. No cabe duda de que el guionista era español de esta España donde lo normal, al parecer, es que los viejos trabajen mientras los jóvenes, cual Vladimir y Estragón, esperan en vano a su Godot particular llamado empleo. Debía pensar nuestro guionista que los lobos jóvenes optan a salir a cazar presentando infructuosamente un currículum en algún negociado de la manada mientras los veteranos no dejan la plaza hasta la edad de jubilación. Pero no, los lobos viejos esperan cómodamente sentados en algún claro del bosque que alguno de los recién llegados a la edad adulta vuelva con las fauces manchadas de sangre tras haber realizado la labor que a ellos les tocó en su día.

jueves, 2 de octubre de 2014

CONTRATO DE PERMANENCIA

De repente le había cambiado el semblante, ahora, mientras guarda su teléfono en el bolsillo de la chaqueta, esboza la misma sonrisa que se le pone cuando gana un órdago al mus. Hace apenas unos minutos gritaba a su auricular -y a toda la gente que en ese momento pasaba por la calle- mostrando su indignación. Sois unos sinvergüenzas, decía, me dijeron que ese servicio costaría equis y me han cobrado casi el doble, me dijeron que no reducirían las prestaciones y cada día todo funciona peor, no quiero seguir con ustedes, póngame, por favor, con el departamento de bajas. Se hizo el silencio que duró unos segundos, después, no menos enfurecido, volvió a repetir la misma cantinela.  Así hubo tres o cuatro intentos, hasta que consiguió acceder al servicio de bajas. Si bien al principio de esta última conversación mantenía el enfado, su cara iba tomando, paulatinamente, un aspecto más relajado.

lunes, 29 de septiembre de 2014

CUELLO, PATAS, ALAS

En aquellos tiempos, el pollo se comía los domingos y nunca se tiraba nada. Además, cuando se compraba, se compraba todo el pollo, sin poder elegir la parte que más nos gustaba descartando el resto; vamos, que no se podía comprar solo pechugas. Por aquel entonces, nuestras madres, sobre todo nuestras madres, nos mentían con tal convicción que solo acertamos a descubrir la trola años más tarde. Llegado el momento de servir las diferentes tajadas del ave, ellas, siempre ellas, repartían tratando de complacer los deseos de cada comensal. Cuando todos estábamos servidos y tocaba su turno, llenaban su plato con lo que había sobrado -cuello, patas, alas...- y, justo en ese momento, decían: «me habéis dejado lo más rico». A nosotros nos sorprendía ese gusto estrafalario, pero si ella lo decía así había de ser. Al fin y al cabo ¿quién va a dudar de la palabra de una madre? Llegaron otros tiempos, no me atreveré a decir que mejores, en los que la elección de tajadas se hacía ya en el supermercado, en los que llegamos a creer que los pollos estaban formados por muslos y pechugas. Hace algunos años, en pleno esplendor de la era Guardiola en el Barça, un jugador del Alavés -no recuerdo quién- dijo que el fútbol de los azulgranas estaba haciendo mucho daño al fútbol modesto, que cualquier aficionado iba a los campos de Segunda B o de Tercera -mal educado por lo que había visto a través de la tele- pensando que aquella manera de jugar era tan fácil como parecía y, por tanto, se enfadaba con sus equipos si no intentaban hacerlo de la misma manera. A tenor de los silbidos que se escuchaban en el campo, afirmaba aquel modesto jugador, daba la sensación de que los centrales estaban obligados a sacar siempre el balón jugado, de que dar un patadón era, poco menos, que un pecado mortal. El diagnóstico es de lo más certero incluso para los que escribimos. Deberíamos tener un poco más de mesura, pero el virus nos ha infectado y tras comer la pechuga televisiva de un control perfectamente ejecutado, el muslo de una jugada con varios pases al primer toque que acaba en ocasión de gol, nos resultan duros los cuellos, patas y alas propias de la Segunda División y, sin demora, cuestionamos el juego de nuestro equipo por no alcanzar ese mismo sabor o ser más áspero al contacto con el paladar. Así, valoramos poco que vayamos matando el hambre punto a punto y que, pechuga o cuello, nadie tenga más puntos que el Valladolid. Ayer volvió a ocurrir, lo que pudimos ver -que no fue mucho, ya saben, somos de segunda y la tele quiere manjares- no descubrió nada que no hubiésemos visto en los partidos anteriores: El juego de los pucelanos no enamora, el bloque se muestra vulnerable, pero los partidos van llenando el buche aunque sea con un puntito. Por si fuera poco, Bergdich, la tajada de este pollo que más nos desespera cuando juega de extremo, anotó el único gol vallisoletano. Y no sabes qué decir. A primera vista, su juego entre anárquico y barroco es un eslabón perdido que desconcierta a los propios, pero, quizá, por lo mismo, su caos desorganiza a los rivales. Quizá pedimos demasiado. Tal vez haya carne suficiente por más hueso que haya que roer.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-09-2014

jueves, 25 de septiembre de 2014

CARNAVAL DE SOMBRAS

En este carnaval de sombras nadie es lo que dice ser, en este baile de máscaras no tienen siquiera la potestad de elegir la que más les gustaría. Abren, sin más, el armario de la ética intercambiable, toman el disfraz pertinente y se visten con las palabras que más les convienen. Ahora Gallardón hace un mutis por el foro tras haberse probado infructuosamente la retahíla de ropillas con las que viste un aspirante. Los suyos nunca le quisieron, ni antaño le sirvió el disfraz de palmero, ni hogaño el de Torquemada. El guión no tiene más texto para este personaje; el actor, que aspiraba a protagonista, firma el finiquito de su puño y letra.

lunes, 22 de septiembre de 2014

BURBUJA DE PUNTOS

Así, como quien no quiere la cosa, en solo un año, el primero de este siglo, en España se pasó de construir doscientas cincuenta a quinientas cincuenta y cinco mil viviendas. Más del doble. Sin saberlo se había inaugurado la burbuja inmobiliaria. El resto de la historia es de sobra conocida aunque las consecuencias no lo sean, más que nada porque solo el tiempo terminará por ponerlas de manifiesto. Muchos son los análisis que se han hecho y muchas son las causas apuntadas (la reforma de la ley del suelo, el ingreso en el euro, la bajada de los tipos de interés, la relajación de las entidades financieras, el mito que aseguraba que el precio de la vivienda nunca baja, la ausencia de una política de alquiler...) que, sumadas, permitieron que se incubase la catástrofe que marcará un antes y un después en la historia económica de España, una enfermedad de la que -si se sale- será con el cuerpo magullado y, por supuesto, distinto al que se tuvo antes del paso por el quirófano. En ese mientras tanto, los dirigentes políticos alardeaban de esa aparente bonanza, esgrimían cuadros estadísticos en los que España siempre estaba entre los países que más pitaban, éramos, nos decían, la envidia del mundo mundial. Decía que el número de análisis sobre las causas que generaron la burbuja tiende a infinito, pero estos análisis, como el propio nombre indica, se realizaron una vez la burbuja hubo estallado. Hasta entonces fueron muy pocos los que, cual Casandras, alertaron de la que se avecinaba, pero el ruido impidió que se les escuchase. O peor, si se les escuchaba se les reprendía, se les reprochaba su pesimismo, se les llamaba aves de mal agüero y se les invitaba a sumarse al jolgorio. El caso es que durante esa etapa ominosa pensábamos que éramos y no éramos, creímos que teníamos y no teníamos. Las vacas que parecían gordas estaban impladas.

jueves, 18 de septiembre de 2014

EL APROBADO SE ARRANCA

Detrás de mí hay una mesita, sobre ella se apilan un buen número de libros de texto pendientes de abrir junto a otros tantos cuadernos que esperan ser estrenados. Es el trabajo de todo un año, el trabajo por hacer. Los chavales, mi hijo en este caso, nos sacan ventaja a lo que dejamos de serlo, ellos saben lo que les espera. Nosotros, por el contrario, vivimos en medio de una incesante zozobra, en un país que se tambalea y donde no hay un libro de texto en el que estudiar las materias de las que seremos examinados a lo largo del curso. 
Da la sensación de que hasta aquí hemos llegado, de que esto se ha agotado, de que el temario que nos fueron explicando desde hace cuarenta años ha dejado de ser creíble, que ni la tierra es plana ni gira alrededor del sol. Las clases de economía suenan a falso de puro farragosas, sucesiones de palabras que parecen decir y no dicen nada con un único objetivo: esconder lo evidente. No es cierto que las cosas vayan mal porque tenga que ser así y mucho menos que vayan mal a todos. Van mal para las personas que viven de su trabajo y para las que ni trabajo tienen, van mal porque no son ellas las que han fijado las reglas del juego. Pero de nada valen las quejas, decir que el suspenso es por culpa del profesor que nos mira con ojeriza, que le caemos mal, que nos tiene manía. No hicimos los deberes que nos correspondieron, creímos, cosas de tener un coche y un piso aunque fueran hipotecados, que la asignatura de la vida era una maría que aprobaríamos sin ningún esfuerzo. 

lunes, 15 de septiembre de 2014

CASTAS PROPUESTAS

Aún no ha cumplido los veinte, transita por esos años en la que empezamos a no entender nada, mejor dicho, ese tiempo en que desaparecen las pocas seguridades que se necesitan en la infancia y se empieza a abrir un mundo en el que no se sabe hacia dónde dirigirse. Es una época de explosión ante lo que se descubre pero, a la vez, de miedo ante lo que se avecina, de desconfianza en uno mismo, de desubicaciones. Pero ella es simplemente feliz. Bebé, que así se llama nuestra protagonista, no comprende la tristeza que aflige a tres de sus paisanos. Tres historias que se entrecruzan y con las que el director cinematográfico cubano Fernando Pérez Valdés trenzó los versos de película ‘La vida es silbar’. De la mano de Bebé nos invita a pasear por La Habana y nos presenta tres tristes tristezas. Sirva como por ejemplo la de Mariana. Esta muchacha quiere, sobre todas las cosas, Conseguir el papel de Giselle en el ballet del mismo nombre. Es tanto su anhelo que propone un trueque al mismo Dios: si logra el papel no se acostará nunca con ningún hombre. Dios, obviamente, no responde (y de haber respondido le habría dicho que no tiene especial interés en sus encuentros carnales, que no sabe de dónde ha salido esa lúgubre idea) pero ella da el trato por bueno y cumple con su parte. Bailar, llegar al culmen en el baile, y a cambio soledad. Triunfar en el escenario aunque sea matando el deseo que su joven cuerpo exige.