jueves, 21 de abril de 2016

CON PÓLVORA DEL REY

Por julio de 2012, el recién estrenado gobierno presidido por Mariano suspendió el abono de la paga extra de diciembre a los empleados públicos. La razón esgrimida se puede resumir en que la situación económica del estado era pésima ya que el déficit era superior al permitido y la deuda pública crecía como la mala hierba. De paso, ya digo que acababan de llegar, plasmaban la desastrosa herencia recibida del gobierno anterior. Rajoy, casi con lágrimas en los ojos, explicaba que todo lo hacía en contra de su propia voluntad.

lunes, 18 de abril de 2016

ZORRILLA Y EL RUGBY, AMANCEBADOS

Los juegos dejan de ser juegos en cuanto los que lo practican son conscientes de que alguien los está mirando. Sucede, de alguna manera, algo similar a lo que enunciara Werner Heisenberg allá por 1925 en su ‘principio de Incertidumbre’. Este físico alemán demostró que no existe la posibilidad de medir experimentalmente, con precisión y de forma simultánea, algunos pares de magnitudes -como la posición y la cantidad de movimiento de una partícula- ya que cuando se consigue medir la primera se perturba la segunda, lo que modifica su valor.  Aquellos ojos vigías, con su sola presencia, perturban, de la misma forma, el contexto y subvierten el orden de las motivaciones de quienes antes pretendían divertirse en primera instancia y después, si podía ser, ganar. A partir de ese instante, el simple entretenimiento adquiere un carácter secundario y vencer, imponerse, mostrar que uno es mejor que el otro, pasa a ser el objeto principal. El deporte puro, más allá de algunos juegos de niños, por tanto, no existe; está contaminado por los ojos que lo ven.
La segunda subversión llegó en el momento en que los ‘mirantes’ empezaron a ser muchos más que los que los practicantes, en que la razón de ser del juego no tenía más sentido que el deleite de las muchedumbres. Para ello, para albergar a ese cúmulo de personas, fueron construidos los templos de esta nueva religión. Allí los fieles, de tanto en tanto, se convierten en el músculo que da vida a unas estadios que sin ellos no serían más que, como dijera Mario Benedetti, un esqueleto de multitudes. Cuando se llenan, sin embargo, destilan vida.

domingo, 17 de abril de 2016

SEGUIR EXCAVANDO

El maestro Gila, en uno de sus monólogos cuando aún no se llamaban así, relataba la historia de su vida. Una historia de mucha pena, como le gustaba advertir. A vuelapluma, que no hay tiempo para más, transcribo uno de los episodios de esta azarosa biografía: «En la mesa éramos doce; a saber, nueve hermanos, mi papá, mi mamá y un señor de marrón. Tantos, que estábamos deseando que se casara mi hermana la mayor para que nos tocase más en el reparto, pero cuando se casó pasamos a ser trece y esperábamos a otro». Vamos, que en la familia de don Miguel, como en casi todas, se convertía en inexorable la Ley de la fatalidad de Murphy: si algo puede salir mal, no lo duden, saldrá mal. Puede sonar a gracieta, pero lo cierto es que, por unos motivos o por otros, cuando algo se tuerce parece que atrae a todas las desgracias de su signo. Parte de la explicación tiene que ver, solo en parte, con la percepción; esto es, que tal vez no sea así en realidad pero así lo percibimos ya que tendemos más a recordar esos males cuando llegan encadenados como cuentas de rosario que cuando suceden de forma aislada y se intercalan entre las buenas noticias. Sin embargo, también hay otra parte de la explicación que se asienta en los hechos tal y como son y es tan simple como que una mala noticia infiere en nuestro estado de ánimo de manera que nos predispone a malencarar los acontecimientos venideros. Sea, por ejemplo, una mala noticia en el territorio laboral, el ánimo decae, el ritmo adquirido se modifica, las relaciones personales empeoran porque a uno le apetece menos la tertulia y cuando le apetece se muestra más irascible y, entonces, es el resto el que se aleja. Podemos añadir que en tal estado es más fácil enfermar, etc, etc. Aun cuando te esfuerzas por romper esa dinámica, cualquier pequeño traspiés te devuelve a la penumbra.

jueves, 14 de abril de 2016

PASCUAL DUARTE EN PANAMÁ


En los años cuarenta del siglo pasado, fueron publicadas en España una serie de novelas de que parecían tener algún denominador común: una especie de regusto por recrear los ambientes más escabrosos, por abundar en los hechos más sórdidos, por extraer a sus protagonistas de los ambientes más miserables. Este conjunto de obras, posteriormente, fue encuadrado en un género literario al que dieron el nombre de 'Tremendismo'. Quizás la novela más representativa sea 'La familia de Pascual Duarte' de Camilo José Cela.

El clima de censura absoluta en el ámbito literario no fue óbice para que estas novelas vieran la luz. Puede sorprender porque en ellas, en una primera lectura, parecían existir tintes de denuncia social. Sin embargo, profundizando en sus páginas, nos percatamos de que eran, sin más, novelas de distracción en el sentido de que hacían mirar hacia otro lado y no ver la procedencia real de la violencia que había asolado y asolaba el paisaje. La que se describía en estas tramas era aislada, individual y estaba ejecutada por perturbados y dementes que procedían de las alcantarillas de la sociedad; la violencia cotidiana era sistemática, programada y diseñada por 'las gentes de orden' en los más altos palacios. Los asesinatos de las novelas iban contra la ley, los de la calle se hacían con nocturnidad en nombre de ella. Vamos, que los tiempos que se vivían eran de una crudeza extrema, pero no por la maldad de los 'pascuales duarte' sino porque se sufrían todos los males propios de una posguerra y el día a día más cruel de una dictadura que había decidido asentarse aniquilando cualquier disidencia. 

domingo, 10 de abril de 2016

REPETIR O TIRAR

Cualquier estudiante sabe que un curso se puede aprobar, en primera instancia, salvando las evaluaciones o, en segunda, superando unos exámenes finales. En el caso de no lograrlo ni en una ni en otra, queda una última bala que se disparará allá por el mes de septiembre. Pero, no son pocos los alumnos que, a pesar de la triple oportunidad, no logran aprobar el número requerido de asignaturas y se ven en la tesitura de tener que repetirlo un año después. Por aquello de tener que sobrevivir impartiendo clases de apoyo y por mi faceta de padre, he podido escuchar las sensaciones de unos cuantos chavales que veían sus respectivos cursos como un muro tan alto que se sentían incapaces de saltarlo. En algún momento, cariacontecidos, cabizbajos, te espetaban que repetirían curso y que, por tanto, no merecía la pena ni un solo esfuerzo más. El cuerpo, para motivar, te pide exponer el catálogo de frases hechas, que si no hay nada imposible, que si querer es poder, que si tal, pero con el tiempo te das cuenta de que no producían efecto alguno ya que, aunque en principio pudiera parecer que sí, al primer revolcón posterior, volvíamos a las andadas. Era mejor mirar el fracaso de frente para sobreponerse y salvar algún mueble del naufragio. El problema no era repetir, un trago por el que han tenido y tendrán que pasar un ingente número de adolescentes, sino que ese golpe pueda generar un agujero insondable. Repetir curso, lejos de lo que pueda parecer, no facilita que la nueva intentona vaya a resultar más sencilla; de hecho, en muchos casos, suele ser al revés: los resultados del segundo desempeño son peores que los del primero menoscabando las posibilidades de reenganche. Ahora, cuando algún chaval me dice que da el curso por acabado, le respondo que una cosa es no pasar curso y otra, bien distinto, tirarlo. Que si no quiere verse, un año después, en las mismas circunstancias, tiene que mantener el hábito de estudio y adquirir el mayor número de conceptos que le faciliten la posterior tarea. Y ¿quién sabe? a lo mejor suena la flauta y se salta el muro. No es fácil asumirlo pero permite modificar el contexto para encauzar los años venideros.


jueves, 7 de abril de 2016

BISIESTOS Y ELECCIONES

Con la misma rotundidad con que Albert Einstein sentenció que solo existían dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y que no estaba seguro de que la primera lo fuera; se puede afirmar que todos los años múltiplos de cuatro contienen el 29 de febrero y se celebrará el espectáculo de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, sin descartar que pueda no ser bisiesto. O sea, que el próximo primer martes posterior al primer lunes de noviembre, los estadounidenses tendrán el privilegio de elegir a la persona con más poder político del planeta. El mundo no será el mismo si la responsabilidad recae en Clinton, Sanders, Trump o Cruz, pónganse en el orden que se quiera. Los que no somos de allí les padeceremos sin haber tenido la posibilidad de decidir quién del cuarteto ha de ser dicha persona.

lunes, 4 de abril de 2016

HE SIDO YO, HE SIDO YO


Empecemos por el final. Lo que otrora, no hace tanto, se tuvo, pongamos por caso la estabilidad laboral acompañada de unos ciertos derechos, de repente, se ha esfumado, no es más que un vaporoso recuerdo. La gente sufre impávida estos reveses como si nada pudiera hacer; como si la solución, de haberla, estuviera en manos de otros. Asisten desesperanzados, observan los acontecimientos con absoluto descreimiento, no albergan sensación alguna que les haga intuir que algo, lo que sea, pueda voltear la situación. Sus rostros denotan cierto hartazgo, incluso se podría decir desafección. Lo que podría haber parido rabia ha engendrado, sin más, anonadamiento. Ya ni se piensa en cómo fue antes, en cómo pudo haber sido. Ni, por supuesto, se cuestiona cómo se ha llegado hasta aquí. Insertos en esta situación, cualquier cosa que la mejore -o la prometa mejorar- se convierte en el clavo en el que se agarra la esperanza. Cualquier cosita, un pequeño cambio, se celebra como si fuera la panacea. Los que se consideran a sí mismos protagonistas necesarios para haber obtenido esas migajas se enseñorean ufanos dispuestos para recibir los aplausos del tendido. Hasta que, ya en frío, caemos en la cuenta de que lo que se ha conseguido, todo lo más, es celebrar que no se va a mucho peor.

jueves, 31 de marzo de 2016

DE CIRUJANO A HOMEÓPATA

A Pablo Iglesias se le ha puesto cara de Samuel Hahnemann, aquel médico de la Sajonia que a finales del siglo XVIII propuso una serie de prácticas que se enfrentaban a la medicina convencional -la basada en argumentos científicos- que se han dado a conocer como ‘Homeopatía’ que se basaban en el principio de que ‘lo similar cura a lo similar’. Si para Hahnemann, las enfermedades crónicas provienen de una serie de miasmas; para Iglesias, los males de nuestra sociedad provienen de una serie de infecciones de la clase política. En un principio (apenas dos años, aunque nos haya parecido una eternidad) todos los males se acuñaban bajo un epígrafe que, por repetido, caló: la casta como origen de una situación putrefacta. Crecido, nos habló como un cirujano tradicional: existía un tumor y había que extirparlo. Tras los resultados electorales siguió manteniendo el mismo discurso, pero, poco a poco, nos fue recordando aquel chistecillo infantil: Mamá, dame cinco pesetas. ¿Cuatro pesetas? ¿Para qué quieres tres pesetas si con dos tienes bastante? Anda, ten una y compártela con tu hermano. El cirujano que iba a extirpar el bipartidismo ha recompuesto el rostro y ofrece renuncias para facilitar que lo que antes era tumor se convierta en solución: Lo similar cura a lo similar ergo una dosis de bipartidismo es el remedio para acabar con el bipartidismo.

lunes, 28 de marzo de 2016

TAMBORRADA EN MIRANDA


En la provincia de Albacete, situada en la carretera que une su capital con la de Murcia, está la localidad de Tobarra. Allí dicen que su Semana Santa es mundialmente conocida y debe ser cierto ya que, no en vano, sus celebraciones están declaradas de interés turístico regional y nacional. El que yo no hubiese oído hablar de ellas hasta hace unos días no resta valor a ese 'mundialmente'. El desconocimiento era debido más a mi torpeza que a otra cosa. El caso es que, ahora sí, estoy en condiciones de situar a Tobarra en el mapa, ya me ha llegado la onda. Ya sé que cada año, llegadas las cuatro de la tarde del Miércoles Santo, miles de tobarreños -a la vez- se aprestan a aporrear el tambor y la tamborrada no ceja hasta las doce de la noche del Domingo de Resurrección. Alguien contó las horas y salían 104. Pues bien, institucionalizaron las fechas y los números, de forma que miércoles a las cuatro es miércoles a las 16, domingo a las doce es domingo a las 24 y 104 son 104, ni una más ni una menos. Pero, mire usted por dónde, este año tocaba el adelanto de hora en medio de la efeméride, lo que conllevaba un recorte y eso sí que no -104 son 104 y 103 es un coñac-, que por otros recortes no nos movilizamos pero las costumbres son las costumbres y si hace falta quemamos las calles y ¡muera Esquilache! El ayuntamiento, que otra cosa no hará, se rebeló contra la imposición centralista y editó un bando haciendo saber que allí cambiaban el reloj cuando querían y a esa hora, no querían. Lo dejaban, pues, para más tarde.