martes, 7 de noviembre de 2017

JO, ¡QUÉ TARDE!

Foto El Norte de Castilla"
Hay días en los que uno no está para nada. Haciendo números con los dedos, hubiera salido mucho más a cuenta haberte quedado en la cama. Todo lo que podía salir mal, salió mal. En parte, piensas, es culpa tuya y caminas mentalmente buscando el punto en que las cosas se empezaron a doblar. Buscas y rebuscas leyendo el día hacia atrás –hice esto; poco antes, eso; antes aun, aquello–  y terminas dándote cuenta de que hacía un rato que tomaste una mala decisión de apariencia intrascendente pero que a la postre torció el molde que parió tan mal día. Ese lamento no sirve de nada pero es irremediablemente humano. En otras circunstancias, el ejercicio de retrospección puede servir para aprender y no repetir errores pero de los días torcidos poco se puede aprender. Todo lo más, emular a Joseph Minion. Tomar el material del caos, ordenarlo y escribir un guion para que Martin Scorsese lo lleve a la gran pantalla. Así, que un gris empleado pierda el metro a la salida de su trabajo desemboca en una suerte de peripecias que convierten lo que en principio era una intrascendente anécdota en la genial ‘Jo, ¡qué noche!’.

jueves, 2 de noviembre de 2017

JUEGO DEL PAÑUELO

Rasueros
Antaño, a las escuelas públicas de Rasueros las llamábamos ‘de José Antonio’, pero no estaban dedicadas al fundador de la Falange sino a uno de sus miembros ilustres, el que fuera Gobernador Civil de Ávila entre el 57 y el 66 del siglo pasado, José Antonio Vaca de Osma. Un nombre que nada nos decía a quienes allí nos desasnábamos. Y eso que el ‘prohombre’ tenía dedicada también la plaza donde se encuentra situado el ayuntamiento. Doblemente dedicada, pues además del nombre, en la plaza existía un pilar sobre el que reposaba un busto del tal Vaca de Osma.

lunes, 30 de octubre de 2017

TEMPESTAD, CALMA, TEMPESTAD

Siempre que las cosas vienen mal dadas aparece una voz amiga que se ampara en la sabiduría popular para recordarnos que tras la tempestad siempre llega la calma. La frase es naturalmente cierta pero no deja de mostrar una visión harto optimista. Con la misma lógica se podría decir que tras la calma siempre llega la tempestad. Ítem más, es en situaciones de (aparente) sosiego cuando se siembran esos vientos que gestan las tormentas.    
No hace falta añadir un contexto sobre la situación política en Cataluña, sobre la concatenación de hechos en épocas de (aparente) calma que provocaron otra serie de peripecias cuando rompió la tarde en tormenta. Información ha habido de sobra y cada cual, a estas alturas, tendrá formada su opinión al respecto. Un hecho, sin embargo, cabe ser resaltado: en medio de todo el desbarajuste institucional, con miles de personas defendiendo en las calles posturas más que  opuestas, incompatibles, ha habido un respeto escrupuloso (lo que hagan tres no mancha a la sociedad) a la integridad de las personas. Todo, crucemos los dedos, ha discurrido de forma pacífica.   

domingo, 29 de octubre de 2017

EX AEQUO

No me sorprendería que más de uno hubiese llegado tarde o se hubiera perdido alguna proyección por haberse distraído tertuliando en cualquier terraza. Sí, amigo que lees esto desde fuera de Valladolid, has leído bien: 29 de octubre, Valladolid, terraza. El veranillo de San Miguel se nos está yendo de las manos. Tanto, que le está empezando a sobrar el diminutivo. Un mes hace ya de la celebración del santo arcángel y todavía quedan por ahí, paseando por la calle, gentes en mangas de camisa. Tanto, digo, que a nada que se alargue tres días más, va a terminar invadiendo la víspera de la noche de difuntos. A este paso, cuando se explique el Tenorio en las aulas, va a haber que contar a la chavalería que hubo un tiempo en que lluvias, brumas, nieblas y fríos eran, por estas fechas, lo más propio en este nuestro páramo de mar adentro. Tanto, insisto, que hace bueno hasta por la noche. No es aquello de alguna mañana otoñal que nos alegraba la vista al mostrar el sol luciendo en todo lo alto, mañanas de un calor mentiroso padre de buenos catarros.

viernes, 27 de octubre de 2017

VIAJAR PARA VIAJAR

Si en dos escenas consecutivas de una misma película, por ejemplo, nos encontramos a un parado y un ejecutivo diciendo en sus respectivas casas que van a pasar la mañana en un banco de la Plaza Mayor, todos entenderemos que van al mismo espacio de la ciudad pero no al mismo sitio. Posiblemente, el uno sentado, el otro azorado, ninguno se vaya a percatar de la presencia del otro. Y es que en los diccionarios habita una pléyade de palabras polisémicas. Vocablos de esos que, dependiendo del ángulo desde el que lancemos nuestra mirada, significan una cosa u otra radicalmente distinta.  Pues bien, en el ámbito político, aún más. Tanto que  me atrevería a decir que este fenómeno lingüístico se hace extensible a casi todas las palabras. Es así para los términos más abstractos. ‘Democracia’, ‘libertad’, ‘derecho’ y tantas otras significan lo que el orador de turno quiere que signifiquen y terminan siendo piedras que se lanzan contra el adversario. Pero también, y esto tiene su mérito, cabe la polisemia para las palabras aparentemente más concretas. Un ‘turista’ es una cosa y, al parecer, un ‘turista’ es otra cosa. Una primera acepción es “Individuo ruidoso, sin modales, que cree que el lugar al que llega es el espacio ideal para hacer lo que le salga del nardo”. En algunos lugares se alzan protestas contra su presencia indiscriminada. Al eco de esas voces, el alcalde de Valladolid lanza un reclamo: si ellos no los quieren, viene a decir el ínclito munícipe, que los envíen para acá. Claro, el señor Puente entiende ‘turista’ por su segunda acepción: “Persona que, sin alterar el ritmo de la ciudad de acogida, visita otro lugar diferente al suyo habitual con el fin de contemplar los encantos de la ciudad receptora y/o disfrutar de las actividades que en ella se realizan”.

jueves, 26 de octubre de 2017

CONTRADICCIONES SOLO APARENTES

Unos meses antes de que presentase el recurso de inconstitucionalidad contra un Estatuto de Cataluña recién aprobado por las Cortes Generales, el PP de Mariano Rajoy hizo lo propio contra la ley de matrimonios entre personas del mismo sexo. Tiempo después, Rajoy, ya presidente del Gobierno, asistió bien dispuesto a la boda de un alto cargo de su partido. Una unión de esas que quiso evitar con aquel recurso porque “el matrimonio es y siempre ha sido una institución entre un hombre y una mujer para la procreación”. Allí brindó gustoso y dio los parabienes a la ilusionada pareja. Por esta aparente contradicción le llovieron bofetadas a mano abierta que le venían de todos los lados. Hipócrita fue lo más lindo que escuchó.

martes, 24 de octubre de 2017

LAMPARONES Y LISTAS

Nunca probé la coca. Oportunidades, claro, sí se presentaron, pero siempre rechacé ese primer encuentro. Podría pretender presumir y decir que fue una decisión apuntalada en sólidos pilares éticos. Mentiría como un bellaco. Si nunca la probé fue, única y exclusivamente, porque me acechaba un pánico atroz que impedía siquiera la tentación. Un pavor que se alimentaba con dos motores, uno externo y otro interior. El primero era un aparatito de tipo contextual. Llegué a la mayoría de edad en las postrimerías de los 80 y no era difícil constatar las secuelas que las drogas habían dejado en la generación que me precedió. Los golpes en cabeza ajena a veces sirven para activar motores del pánico, para escarmentar. El segundo mecanismo era -sigue siendo- mucho más virulento: mi propia personalidad. No sé decirme que no. Es hoy y sigo sin poder tener en el frigorífico cualquier cosa rica porque no pasa de la noche. Me apetece, lo cojo y ya. Ese ser consciente de como soy es el freno, la alarma que me impide dar pasos en dirección al abismo porque sé que si lo emprendo no tengo vuelta atrás, no hay retorno posible. Déjenme que les cuente un secreto: hubo alguna etapa en mi vida en la que tuve que sostener un enconado enfrentamiento contra mí mismo porque estaba sometido por lo que en mi pueblo llaman un vicio. Un enganche; vamos, una adicción. Quizá caí porque el motor externo no me mantuvo alerta y el interno no se percató del peligro. Tiempos pasados para siempre, espero.

CLAMÉ AL ÁRBITRO Y NO ME OYÓ

El Don Juan creado por Zorrilla se exculpaba de las bellaquerías que adornaban su currículum, «de mis pasos en la Tierra responda el cielo, no yo», de una de las formas más miserables que cabe imaginar: negando su libre albedrío, invalidando su capacidad para obrar de una manera u otra en función de su propia voluntad. Don Juan se ampara en la divinidad,  «Clamé al cielo y no me oyó», para que esta le sirva como parapeto y así justificar sus infamias ante el inabarcable listado en el que se enumeran las personas que sufrieron tales agravios. Es de imaginar que los rezos del Tenorio nunca se produjeron. Sabe que la salvaguarda de su pellejo depende solo de su habilidad para esquivar los navajazos -figurados y literales- que a buen seguro habría de recibir. A ver, no quiero decir que el no rezar sea propio de canallas; afirmo que los canallas no pierden tiempo en esas menudencias. Aunque solo sea porque rezar es el reconocimiento de la propia debilidad. Un tipo de la calaña del personaje de Zorrilla no se puede permitir esas licencias que son marca de los flojos. Don Juan dice que lo hace sin haberlo hecho como ruin recurso para fortalecerse apoyándose en el conocimiento de la debilidad de sus rivales. Desde que se le puede considerar como tal, el humano ha dialogado consigo mismo, se ha envuelto en sus pensamientos. Cuando estas reflexiones le sobrepasaron comenzó a invocar a las divinidades para hacer eco de sus necesidades. Estas plegarias fueron el antecedente de todo rezo, de toda oración. 

domingo, 22 de octubre de 2017

MÁS BESOS, MÁS VECES, EN MÁS SITIOS

No sé si somos nosotros los que caminamos sobre la senda que marca el  tiempo o es este el que transita a través nuestra dibujando en el trasiego secuelas en los cuerpos que va pisoteando.
No sé si soy más de Heráclito y pretendo adentrarme por distintas veredas que acercan a una verdad cambiante o más de Parménides y asumir que nada cambia, que el camino solo es uno.
No sé si somos nosotros los que nos dirigimos a la Seminci y cada octubre nos topamos con ella o permanecemos quietos y es la Seminci la que emerge puntualmente para acudir a su cita otoñal. De una u otra forma, el momento del encuentro es este y ahí está la noticia, el meollo del asunto: que el festival de cine se ha recluido en las salas y arropado en las pocas fechas de su semana; que sea y exista solo para sí, en sí mismo. Parece, y si esto es así será la mejor de las noticias, que la Seminci pretende ‘desensimismarse’ y salir de ambas prisiones autoimpuestas–la del espacio y la del tiempo-.