jueves, 18 de junio de 2020

INFILTRADOS

Es tan disparatada la realidad que cuando me viene a la memoria una noticia que leí hace un tiempo no consigo estar seguro de si me topé con ella bajo una cabecera convencional o en web satírica. La noticia relataba cómo un grupo de policías infiltrado en una banda de narcos se había visto envuelto en un tiroteo con otra cuadrilla de policías infiltrada en otra banda de narcos. La imagen me asalta con frecuencia. Algunas actuaciones que se dan en espacios sociopolíticos con los que simpatizo son tan inexplicables que solo adquirirían sentido si hubieran sido llevadas a cabo por personal infiltrado opuesto a cualquier opción de avance en la línea que se dice defender.

lunes, 15 de junio de 2020

ES LO MISMO PERO NO ES IGUAL


El fútbol mercancía ya no vive de lo que recauda en las taquillas, ya no vivía de ello  antes del parón.

Es lo mismo, al menos se llama de la misma manera, pero este fútbol se parece poco al que antes ocurría en una cancha de Primera División. Es curioso, escribo la palabra ‘antes’, repaso la frase y sonrío con la respuesta que me doy. Si en febrero hubiera escrito la misma palabra, inmediatamente me habría dado cuenta de que la frase contenía un vacío: el ‘antes’ carece de sentido si no se completa con una referencia temporal. Hoy no. Hoy, y al menos durante un tiempo, entendemos sin más el sentido de esos ‘antes’ desreferenciados.  Antes, decía, el fútbol era una fiesta social, un espacio de encuentro, una liturgia, en la que se participaba. No éramos nosotros los que jugábamos, pero los que jugaban eran ‘nosotros’. En la décima de segundo que precedía a cada remate de Ünal, se nos iba el alma; en el instante previo a cada parada de Masip, nos atenazaba el miedo. Y ellos, por distantes que parezcan los futbolistas, sentían esa llama, ese fogonazo, que bajaba a la hierba desde la grada.


Se atribuye a George Berkeley, un filósofo inglés de la primera mitad del XVIII, el primer esbozo una de esas propuestas/preguntas que sirven como palanca para la reflexión y que ha llegado a nuestros días: ¿hace ruido el árbol que cae y golpea contra el suelo cuando no hay nadie para escucharlo? ¿Hay, podríamos preguntarnos nosotros, fútbol cuando se desarrolla un partido y no hay nadie para animar, gritar, festejar, enfadarse…?


Digo fútbol y me refiero, claro, al espectáculo del fútbol. El juego en sí es otra cosa que no necesita más que un balón, unas porterías que pueden ser hasta imaginarias y gente que lo quiera disfrutar. No, me refiero al que congregaba multitudes antes de que la tele se adueñara de él. Hago un aparte: quienes piensen que la atracción de este juego radica en que las televisiones nos lo meten por los ojos yerran de principio a fin. No hace falta más que ver imágenes o leer crónicas de principio o mediados del siglo pasado para comprobarlo. No hace falta más que recordar que en cualquier partido entre dos pueblos, el perímetro del campo estaba rodeado por decenas de lugareños. Fue la propia fuerza del fútbol la que lo convirtió en objeto de deseo para los mercaderes, y ese deseo impelió la transformación del juego en mercancía.


Que en estas circunstancias no haya espectadores en las gradas puede ser considerado una anécdota circunstancial pero era el camino que estaba escrito. El fútbol mercancía ya no vive de lo que recauda en las taquillas, ya no vivía de ello. Como en tantos otros aspectos podremos pensar que los cambios han sido consecuencia de los efectos de la COVID-19 cuando en realidad estos meses no van a romper ninguna dinámica, se van a limitar, y no es poco, a acelerar los procesos en marcha.


La grada, un pedazo de ella, ahora ha quedado para salpicarla de futbolistas suplentes. Vemos a nueve del Pucela. Ocho con pose relajada, cumpliendo protocolos, esperando quietos… y Ben Arfa trasteando con ganas de jugar, con tantas como nosotros de verlo –aunque, ¡vaya!, no pueda ser con su correspondiente ¡oh! en el campo-. Son cosas de lo que ahora se denomina ‘nueva normalidad’, un eufemismo que nos plantea el ir acostumbrándonos a nuevos escenarios, como si no fuera eso la esencia de la vida. Nada hay menos normal, que lo normal; nada más perecedero que a lo que decimos ‘las cosas son así’. El décimo, arriba a la izquierda, tieso como un palo, serio como una esfinge, es David Espinar. Esto si que no ha cambiado, el gesto circunspecto de la mano derecha de Ronaldo es intemporal, inasequible a modificación.


Nos preguntamos, por si lo coyuntural se torna definitivo, si vamos a seguir siendo aficionados con un fútbol bajo en calorías. Será que sí. Poco a poco nos iríamos acostumbrando, lo verás, lo veré, aunque ahora digamos que no.


Publicado en El Norte de Castilla el 15-06-2020


jueves, 4 de junio de 2020

BENDITO PARCHE

Lo del ingreso mínimo vital es un parche, tan solo un parche. Pero los que habitualmente nos desplazamos en bici sabemos el valor de un parche cuando pinchamos en plena noche, haciendo frío y lejos del primer sitio habitado. Lo de que ahora existen métodos alternativos que evitan esos pinchazos traidores es cierto, pero tan solo para la bici: en la vida no se ha inventado aún el líquido que impida quedarse sin aire.

Desde la altura todos parecemos hormigas, no se percibe el sufrimiento de cada uno. Subidos sobre algo,  tendemos a mirar hacia abajo, nunca a más arriba. Es caro y desincentiva la voluntad de trabajar, dicen. ¿Es caro?, depende, ¿comparado con qué? Por ejemplo, con aquel rescate a los bancos se pagarían 146 millones de mensualidades, doce años de IMV para un millón de personas. La economía no son leyes sino decisiones. Decisiones que se convierten en leyes si tomarlas no depende de nosotros. Por eso es buena noticia que en nuestro entorno haya consenso. ¿Desincentiva y tal? En menor proporción que desincentiva proponer salarios de miseria a quien solo puede aceptar.

jueves, 21 de mayo de 2020

PROCESO DE DESHUMANIZACIÓN

Foto "El Norte de Castilla"

Por supuesto, de haberla visto en el cine, habría apagado el teléfono. Incluso, de normal, aun en casa, hubiera silenciado el móvil. Sin embargo, en estos días de ocio doméstico, de horarios disparatados, disfruto las películas a salto de mata en los ratos vacíos que me van quedando entre labor y labor, bebo el cine a sorbos con el móvil siempre alerta por si alguien llama, voy completando el metraje a empellones en los cuartos de hora que se dan entre llamadas. En uno de esos ratos, me asaltó la muerte de Julio Anguita. El sonido de un mensaje de whatsapp con la noticia se produjo mientras la pantalla mostraba ‘Handia’, una película de Aitor Arregi y Jon Garaño que relata las desventuras de los hermanos Martín y Joaquín Eleicegui a lo largo del tercio central del siglo XIX. En esa convulsa época, ambos parten del miserable caserío arrendado por su familia para recorrer Europa con el fin de enriquecerse explotando la acromegalia de Joaquín, una enfermedad por la que alcanzó los 2,42 metros de estatura. En realidad, esta particularidad le deshumanizó ante los ojos de los que dejaban sus reales en la taquilla para verle. Su rareza le alejaba de los demás que veían en él un gigante, un coloso, un monstruo en vez de una persona como cualquier otra, con sus deseos y anhelos, sus ilusiones y sus penas.

miércoles, 6 de mayo de 2020

DESCONFINADO PARCIALMENTE


Foto "El Norte de Castilla"

Al paseante parcialmente desconfinado le sorprende la amabilidad en esta ciudad que, de natural, al primer sorbo, se muestra fría, seca, distante, desabrida, como si las nieblas perpetuas de antaño hubieran hecho mella en el carácter de sus habitantes. Por el contrario, el tiempo que lleva viviendo en ella le ha servido para constatar que bajo esa epidermis se encuentra el músculo de una ciudad profunda, leal, acogedora a su manera. Por eso, claro, tiempo ha, decidió establecer aquí su morada. De lo que, por otra parte, no se arrepiente.
Pues bien, el paseante en fase 0 percibe que la misma ciudad que ha convertido en arte la pronunciación entonada de la palabra ‘pelele’, la misma en que una asociación de comerciantes pretendió dulcificar el carácter de sus asociados mediante el lema ‘ser amable es rentable’,  ahora sonríe de gratis. ¡Gracias!, sonrisa, ¡pase usted!, sonrisa, ¡por favor!, más sonrisa si cabe.

jueves, 23 de abril de 2020

SORPRENDE LA SORPRESA

Foto "El Norte de Castilla"
Una cosa es utilizar de tanto en tanto una metáfora bélica, un ‘lucha’ por aquí, un ‘batalla’ por allá, un ‘enemigo’ por acullá y otra revestir con liturgia de guerra lo que no es (debería ser) más (ni menos) que un ingente esfuerzo físico e intelectual para paliar las consecuencias de la extensión de un virus, encontrar cuanto antes las fórmulas que lo desactiven y, en paralelo, pretender que las secuelas económicas posteriores no se ceben con los sectores más vulnerables de la sociedad. Imbuido de ese dialéctico ardor guerrero, el ejecutivo ha depositado parte de la labor comunicativa en miembros de cuerpos militares. Y las palabras de uno de ellos, el Jefe de estado Mayor de la Guardia Civil, le han estallado en las manos. En medio de un debate que debería ser sobre el derecho a una información veraz y que se ha convertido en una ciénaga, José Manuel Santiago, que así se llama, ha dicho que están trabajando para “minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno”. Terremoto 8 escala Richter. El Ministro del Interior, al poco, pretendió matizar las palabras y corregir el sentido de la afirmación. El empeño de Grande-Marlaska tuvo escaso éxito porque de antemano unos estaban, o hacían como que estaban, convencidos de que el ministro solo quería tapar sus vergüenzas y otros, desde antes, hacían como que estaban, o estaban, convencidos de lo que Marlaska aún no había dicho.

martes, 7 de abril de 2020

EN UN DÍA

“Un café y un libro”, Manolo Sierra 1995




“En un día el sol alumbra
y falta; en un día se trueca
un reino todo; en un día
es edificio una peña;
en un día una batalla
pérdida y vitoria ostenta;
en un día tiene el mar
tranquilidad y tormenta;
en un día nace un hombre
y muere…”

Capitán Álvaro de Ataide.

El alcalde de Zalamea, Pedro Calderón de la Barca.



En nuestros ámbitos de trabajo, sobre todo en el de cooperación, damos por supuesto lo atinadas que son las palabras de este lamento del personaje, bien que por lo demás con despreciable actitud en el resto de la obra, creado por Calderón. Hemos comprobado con demasiada frecuencia como en nada y menos un proyecto se caía; como, en otro momento, lo que amenazaba ruinas de repente parecía recimentarse. Sin embargo, lo que teníamos claro para otros mundos, no parecía probable, ni siquiera posible, para el nuestro: aquí, nos llegamos a creer inmunes, invulnerables. Una especie de muralla tecnológica, económica, mental, nos aislaba de riesgos propios de otros tiempos, de otras latitudes. No estábamos preparados y la vida nos sorprendió con la guardia baja. En un día se ha apagado un mundo, en un día nos hemos visto aplaudiendo en nuestras ventanas. En un día, como porcelana que golpea el suelo, se han hecho añicos nuestras certezas.
Son los científicos los que habrán de encontrar las respuestas al cómo fue que este virus nació, creció, se reprodujo, se expandió. Especular carece de sentido. Dejémosles hacer su trabajo. El nuestro pasa por cumplir lo que ellos nos indiquen y, en paralelo, eso siempre, mantener el espíritu crítico, el ojo avizor, las orejas tiesas.
Pero sobre todo, la labor nuestra empezará el día después. Ni un minuto más tarde. Aventurar el qué podrá ocurrir, qué mundo hallaremos cuando volvamos a pisar la calle, es un ejercicio de trileros. Sabemos que muchas cosas van a cambiar, pero no tenemos ni idea de cómo ni de hacia dónde. Hemos leído pronósticos que auguran el fin del capitalismo; otros, su consolidación. Hemos escuchado análisis que profetizan el advenimiento de modelos políticos cuasi-dictatoriales con la excusa de frenar vandalismos venideros; otros, preconizan el arribo de democracias socialmente más avanzadas escudándose en el aprendizaje colectivo de estos días de zozobra. Quedémonos con que habrá que reformularlo todo, con que será la propia realidad la que nos coloque en nuestro sitio, con que tomará forma una nueva normalidad en la que nos tocará vivir, como siempre, improvisando sobre la marcha.
En este viaje solo hay un objeto que no podemos perder: nuestros principios, una forma de entender un mundo en el que todos quepamos, en el que todo el mundo tenga acceso al mínimo que permita vivir la vida con dignidad, un todo el mundo que se extiende a todo el mundo. Porque si hay una cosa clara es que las desgracias golpean más donde previamente ya había herida y si, aun ayer, antes de que esta pesadilla arrancase, ya existían inmensos territorios en los que los demás jinetes negros ya galopaban, enormes bolsas de población castigadas, es obvio que allí recibirán un castigo más contundente. Las ideas podrán variar, lo que antes nos sirvió tal vez deje de hacerlo, lo que antes despreciamos tal vez ahora nos sea útil. Los principios eran y son. Y estos nos impelen a levantar la vista, por más que en nuestro entorno más cercano la situación general haya podido empeorar y se haga necesaria nuestra acción concreta, no podemos olvidar, ni por palabras, ni por hechos, la mirada larga, el alcance global del reto. Será, también, la hora de postular por respuestas audaces de las instituciones. Cerrarse, desde luego, no es el camino.
Del presente, presente, nos queda el dolor por las vidas derramadas. También en nombre de ellas, procuraremos ser más felices. Y más conscientes de que es suficiente un día. Para derribar y para construir. 

Publicado en el boletín ACPP

Boletín electrónico de ACPP

jueves, 26 de marzo de 2020

EL TÚNEL

Hubo un antes y un después. El transcurso no será más que un breve lapso: el paso a través de un túnel que, sin figurar en el mapa, aparece de súbito. Los historiadores del futuro podrán dar cuenta de dicho transcurso, de ese después. Los que vivimos el shock del presente solo podemos referirnos al antes, en el túnel apenas hay luz, días que se asemejan a domingos por la tarde que preceden a domingos por la tarde; sucesión de tardes tontas esperando un lunes que se posterga.
De lo que vaya a haber en el momento de la salida, ni idea. Queremos imaginar que esperamos un tren que simplemente llega a la estación con retraso; que, aunque algo más tarde, llegaremos al destino anteriormente previsto. Pero no: ya no existe más realidad, más futuro inmediato, que “quién sabe”.
Por ahora, el túnel. De repente, todo es silencio, lentitud, miedo. Lo gaseoso, lo no mensurable, el aprecio, el reconocimiento, el ‘¿estás bien?’, se ha solidificado: volvemos a comprender el valor de lo que no cuesta, a desdeñar el precio de lo que no vale. Reparamos en el otro, sin embargo, perversa metáfora, un “otro” que tanto es apoyo, ayuda y afecto, cuanto recelo: cualquiera es, puede ser, quizá sea, foco potencial de infección. Nos necesitamos y nos tememos. 

viernes, 13 de marzo de 2020

DE LO QUE TODO EL MUNDO HABLA

Foto "El Norte de Castilla"
Entre que últimamente apenas salgo de casa y que, a cuenta de que se me rompió el mando del TDT, no he podido resintonizar canales de la tele, pues no me cosco de nada. El caso es que he salido a hacer la compra y veo a la gente arremolinada conversando con cierto gesto mohíno. Pregunto a un conocido con el que me cruzo en la puerta del supermercado.  “Chico, ¿no te has enterado? De lo del coronavirus, no se habla de otra cosa, ya no hay más temas ni de conversación, ni de información, ni de nada”. No lo entiendo bien, “¿Coronaqué? ¿Andan de nuevo los republicanos con alguna matraca?”. “Coronavirus”, especificó antes de irse. Virus y corona en la misma palabra. Mira, pensé inconcreto, algún algo que haya pasado con la monarquía. Quizá sea alguna enfermedad o tal vez solo sea un juego de palabras, una metáfora por vaya usted a saber qué. Discretamente,  pongo la oreja en las conversaciones y me entero de que el asunto afecta básicamente a las personas mayores. Tate, no va a ser Felipe sino Juan Carlos.