sábado, 26 de abril de 2025

LAS LÁGRIMAS SE SECARÁN

 


Comprendo que multitud de personas no alcancen a decodificar determinadas querencias; al final, a las gentes no aficionadas al fútbol les sorprende que los ventrículos de buena parte del paisanaje aceleren o retarden su proceso de impulsar a la sangre por sus sistemas arteriales en función de las vicisitudes de su equipo futbolero. De forma similar, concibo que a los seguidores de los equipos grandes les resulta ininteligible el apego a clubes que consideran menores, desde tan alto no asimilan la conexión con un equipo que no aspira a disputar los máximos honores, a ser considerado el mejor del mundo. Asumen tal inclinación como excentricidad tangencial, apego cojitranco: ‘del Pucela, sí, ¿pero del Barça o del Madrid?’ requieren en busca de la información perentoria que sus meninges echan en falta.

Hasta que se me abrió esta ventana en El Norte, me incluía en este segundo colectivo. Nací en una provincia sin resonancia futbolera en los medios; en un pueblo, además, demasiado lejano de la capital. Por algún motivo -no descarto que la razón tuviera que ver con el deseo de abrazar la camiseta ‘menos querida’ en aquel entorno- me incliné por el grande menor: un Barcelona que rozaba unos triunfos que casi siempre se le escapaban, nada que ver con el de este siglo. Así, justo tras la derrota blaugrana ante el Steaua en la infausta final de Copa de Europa del 86, llegué a Valladolid. Un tipo – no está de más recordar el aserto de Guillermo Francella encarnando a Pablo Sandoval en ‘El secreto de sus ojos’– «no puede cambiar de pasión» y el blaugrana continúa encandilándome pero, en este proceso, el Pucela se ha ido adueñando en no menor medida de mis latidos en este asunto del balón, ‘el más importante de los no importantes’.

Es preferible, apuntan aquellos aficionados, tal vez me sumé en alguna ocasión, bancar a clubes que regalan alegrías casi cada semana. ¡Qué sandez!, admito hoy. Voy prefiriendo no engañarme. Ser consciente de lo que cuesta todo, de lo falsa que se muestra la euforia cotidiana. El descenso del Pucela se aproxima más a mí que cualquier triunfo de un grande. No es más que otra cagada recordatoria de las veces que uno tropieza, que cae. Y toca ponerse en pie aun con la certeza de que más adelante se producirá otra caída que requerirá una nueva incorporación y otra caída. Y auparse, y dejar, llegado el caso, que te ayuden para poder continuar.

De la misma manera, el Pucela, y yo, no necesitamos el falso refuerzo de sentirnos superiores a nada ni a nadie, procuramos ser nosotros mismos para respetarnos aun con la consciencia de que, de vez en cuando, nos perdemos el respeto a nosotros mismos. Ningún aficionado elige al Pucela para presumir. Tal vez porque, en su modestia vital, sin agarrarse a la contabilidad de títulos, tenga cubierta esa faceta.

El día de este desenlace, Javi Sánchez sintió que su rodilla crujía. Unió su desdicha a la desgracia del club. Las lágrimas dibujaron una trayectoria de caída por sus mejillas. Llanto personal, sollozo colectivo. Lágrimas que brotan y se secan y viceversa. Vida desde la atalaya del Pucela, equipo periférico, ventana desde la que se atisban y reconocen nuestros problemas.    

Publicado en El Norte de Castilla el 26-4-2025

martes, 22 de abril de 2025

HUMANIDAD SE LLAMA EL CAMINO

 


Foto:Efe

Tenía intención de aprovechar este espacio para presentarles dos referencias de un mismo momento, la Semana Santa, en dos tiempos diferentes. Por un lado, ‘Los farsantes’, la película con la que, poco más de sesenta años atrás, Mario Camus presentó credenciales cinematográficas. En ella, el director cántabro muestra las peripecias de una compañía de teatro que malvive actuando en diversos pueblos castellanos. Cada año, al llegar el Viernes Santo, se ven obligados a detener su labor: son días de recogimiento en los que se prohíbe cualquier actividad que rompa el luto. El grupo procesiona por las calles de Valladolid en su desvencijada camioneta en pos de una generosidad que les aloja. Por otro, el ‘hoy’ pleno de actividades tanto en el mundo rural como en el urbano. Unas relacionadas con la propia Semana Santa pero enfocadas, cada vez más, al negocio turístico generado alrededor; otras, aprovechando el ‘otro turismo’ -el que en época vacacional revitaliza unos pueblos heridos de muerte- congregan a los hijos de la emigración en torno a cualquier excusa. “El turismo puede con la lluvia”, observaba ayer el titular de nuestro El Norte.

No tenía intención, claro, de relacionar este proceso de cambio acelerado -sesenta años, normalmente nada en la historia, que han supuesto probablemente el mayor cambio conocido- con el fallecimiento del papa Francisco. Él fue más testigo que protagonista de un mundo que se desestructura. No me atrevo nunca, no soy profeta, a aventurar si camina a mejor o a peor: lo cierto es que nos hallamos en uno de los claroscuros a los que se refería Gramsci. El Manuel bueno de Unamuno hoy no impostaría su fe, de nada le serviría: se desmorona todo el andamiaje.

Pase el tiempo que pase, muchos humanos necesitarán amparo porque otros humanos o el propio modelo social les continuará excluyendo: los recién llegados, los que intentan alcanzar nuestras tierras sin la escarapela de turistas. Francisco tal vez no tuviera la solución pero apuntó el cómo no tratarles. Humanidad se llama el camino.   

Publicado en El Norte de Castilla el 22-4-2025

 

 

ACARREANDO LA PANTÓMETRA

 

 Foto: Rodrigo Jiménez

En las tarde-noches desocupadas de verano, cuando aparece algún incauto jovenzuelo recién llegado al pueblo, la chavalada de la generación del forastero organiza una quedada para salir a cazar gamusinos. Se le explica que los participantes han de separarse con el objeto de rastrear el mayor terreno posible y, mostrando la mayor cara de sorpresa posible, ante la segura pregunta sobre cómo son los gamusinos, se le responde con alguna vaguedad, que si es inofensivo, que ni grande ni pequeño, que hay que estar pendiente porque salen y entran rápidamente de las huras... El resto, ya lo conocen. Mientras el visitante, saco en mano, recorre infructuosamente las afueras de la localidad, los embaucadores vuelven al pueblo y esperan su regreso para celebrar juntos.

 

Claro, que también existe una versión de estos juegos de acogida a la que se recurre en los momentos de ocupación: al estar la chavalada faenando en alguna labor de la que el visitante desconoce los entresijos, para no tener que estar pendiente de él, se le encarga 'ir a buscar la pantómetra' a casa de –normalmente– las personas que le alojan. Si pregunta al respecto, se le contesta con una larga cambiada, ya lo vería cuando la trajese. Al final, como el forastero no lo sabía, la pantómetra era lo que cada cual quería que fuese, una amalgama de trastos sobrantes con la que llenaban el saco que habría de cargar de vuelta.

Ocupados en otras cosas como están los –iba a escribir rivales– equipos que juegan su partido ante el Real Valladolid, uno tras otro, se quitan de en medio al Pucela como a un desprevenido y desubicado forastero mientras transcurre el tiempo de espera para que sus tres puntos preasignados se conviertan en oficiales.

La cuestión es que a este incauto forastero en una categoría que no le corresponde le apetece poco celebrar las bromas, reír la gracias. Más que nada porque, en vez de recibirlo con una sonrisa, le despiden como una insignificante molestia. Y consciente además de que habrá de caminar hasta no sabe cuándo con el lastre de la pantómetra, un saco cargado de utensilios inservibles para la próxima encomienda.

Mientras, aún en esta, corresponde relatar un partido idéntico al pasado, al pasado del pasado y al posterior. Una especie de cansina condena que recuerda al pobre Sísifo pero empeorado. El equipo blanquivioleta ni se afana por una vida inmortal ni agota el ámbito de lo posible. No corre el riesgo de que la roca ruede monte abajo desde la cercanía de la cima porque no ha la ha alzado ni un palmo. No cabe vuelta a empezar porque el primer empezar se mantiene pendiente. Ni los dioses le atarean porque no necesitan condenar a quien no les reta. Albert Camus, mediante este mito griego, pretendió reflexionar sobre el suicidio. El filósofo, por lo demás buen aficionado al fútbol, portero en sus tiempos mozos, habría encontrado material de sobra para profundizar en su reflexión. Al final, Sísifo representa el esfuerzo sin premio, la labor que se desvanece antes de alcanzar el objetivo. El absurdo de la existencia aumenta cuando ni siquiera es posible el engaño a priori, cuando no existe músculo ni para deslizar la piedra unos centímetros.

El fútbol, eso sí, permite vida más allá de la muerte. Siempre ofrece una revancha. Vida al fin, aunque haya que acarrear un lastre que te lo cargaron tiempo atrás así, a modo de broma.

Publicado en El Norte de Castilla el 21-4-2025

 

martes, 15 de abril de 2025

REÍR POR NO LLORAR

 


 Foto: Carlos Gil-Roig

Hemos interiorizado aquella proposición expuesta al modo de una identidad algebraica que asevera que la comedia es igual a tragedia más tiempo. El aforismo se atribuye al escritor (y humorista) Mark Twain aunque, años después, en la película 'Delitos y faltas', Woody Allen puso la frase de marras en boca de Lester, personaje interpretado por Alan Alda, el eterno capitán protagonista de la serie MASH. Falta por definir el tiempo para cerrar la cuestión. Ernst Lubitsch entendió esa cantidad indeterminada como un ligero intervalo entre el hecho trágico y el humor, de forma que en 1942, solo tres años después de la invasión de Polonia, en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial, con un Adolf Hitler aún encaramado en el pedestal del poder, presento 'Ser o no ser', una película que relata el trabajo de una compañía de teatro para llevar al escenario la obra 'Gestapo', una invectiva contra los nazis. En otros casos, por menor talento de los autores que el de Lubitsch, menor tolerancia de la sociedad o mayor conciencia y percepción del daño provocado por un hecho, el tiempo transcurre sin que el drama dé el paso transformativo.

 

De alguna forma, la tremebunda temporada del Real Valladolid ha anunciado desde tan temprano el resultado de su lamentable quehacer, que la consciencia del trágico resultado se asumió ya muchas fechas atrás. Tanto, que, aún en plena competición, ha transcurrido tiempo suficiente para que el desastre deportivo alimente alguna chanza. Al fin y al cabo, reírse de uno mismo sirve como terapia para cicatrizar las heridas del alma. Sea el caso, bromeaba un amigo con el hecho de que el partido se jugase en lunes.

 

–A priori, mal horario. Dadas las circunstancias –apuntaba el colega–, podría considerarse bueno porque el Pucela no podría estropear el fin de semana.

Sea otro, en un bar, cuando un cliente apuntó el 1 quinielístico como pronóstico del Atleti-Pucela, la dueña del establecimiento le refirió que esta jornada todo el mundo había puesto a ganar a los colchoneros. El apostante, insinuando una sonrisa que se peleaba con la pena, se encontró en la obligación de apostillar.

 

–O todo el mundo ha puesto a perder al Pucela.

Pues pese a la condena de antemano, los blanquivioleta han soltado a orillas (iba a escribir del Manzanares) de la M-40 un encuentro más que digno, tanto que al pie del minuto setenta vislumbraba alguna posibilidad de puntuar. Ensueño del que despertó por pisotones a jugadores de ese grande empeñado en lucir como pequeño. Sus aficionados captarán la gracia, pero a este menda, pase el tiempo que pase, el juego propuesto por Simeone le resulta trágico. Se aculó ante el Pucela. Ante este Pucela. Me hizo pensar que, cualquier día, el once rojiblanco, permanecerá en el campo guarneciendo su portería como Sam Bartram, aquel portero del Charlton Athletic que el día de Navidad del 37, en un partido ante el Chelsea, se mantuvo bajo los palos pese a que el árbitro había suspendido el encuentro debido a que la niebla imposibilitaba la visión. La diferencia consistirá en que Bartram estaba seguro de que su equipo dominaba mientras los del Atleti creerán que el rival despliega un juego poco incisivo. Aun así, ganaron. ¡Qué fácil es el fútbol contra este Valladolid!

Publicado en El Norte de Castilla el 16-4-2025

 

martes, 8 de abril de 2025

UNA HORA ANTES

 


Foto: Alberto Mingueza

Cada lunes que me corresponde enviar artículo, me enfrento sistemáticamente al límite del último minuto. En esta ocasión, también. Eso sí, a la manera de las noches primaverales de cambio de hora, he adelantado, mentalmente en este caso, el reloj con el fin de rubricar estas palabras con tiempo para acudir puntual a la prueba médica prescrita. Una de las caras, una cuenta pendiente que mantengo con ustedes. Escucho, leo, cálculos a vuelapluma sugiriendo que trabajamos gratis hasta mayo/junio debido a que los ingresos anuales obtenidos en ese tramo acaban en la saca recaudatoria de Hacienda. Remuevo mis números, también a grosso modo, y concluyo con que no podría pagar ni juntando los ingresos totales de un lustro lo recibido de la Sanidad Pública alguno de estos años.

¿Que se producen gastos innecesarios? Seguro. ¿Que las cañerías pierden agua de ineficacia? Sin duda. ¿Que existen albañales indebidos, vaporizaciones interesadas? Indudable. Incluso se puede añadir que la calidad de los servicios públicos tiene margen de mejora; que, aun así, en medio de la complacencia, un tercio de los menores en España camina por las playas del mar de la pobreza. Ahí, en esos puntos, entiendo se debe apuntalar el debate. No vaya a ser que, enrabietados, saquemos el tapón de la bañera y, si me permiten, se nos cuele el niño por el desagüe.      

Escribo esto ahora por mi prueba, sí, pero, sobre todo, inducido por la sensación de que en el frontispicio del debate global que nos atañe se escriben las palabras del Secretario de Estado norteamericano Mario Rubio: “comprendo que haya políticas internas, tras décadas de construcción de vastas redes de seguridad social que quizá no quieran desprenderse de eso e invertir más en seguridad nacional”. Comprendo, pero. Ya saben. Quizá parte del ‘desencuentro’ trumpista con Europa surge por la voluntad de socavar un modelo social proteccionista que se ha mostrado viable. No le molesta Europa, sino su sistema. Exigir más gasto militar pretende obligar a la renuncia. Claro, no son pocos los interesados de aquí que, amparados en la propuesta, escudándose en el ‘yo no quería, pero…’, afilan el colmillo. 

Publicado en El Norte de Castilla el 8-4-2025

 


 

 

 

 

lunes, 7 de abril de 2025

PLAZA DE LA INCAPACIDAD

 

Foto: C. Espeso


En la Plaza de la Incapacidad arranca el paseo de la Incomparecencia. Por esta vía caminan, mostrándose a quien los quiera ver, la sucesión de resultados de un grupo de futbolistas cuya presencia no ha incomodado a los rivales, cuyo quehacer no ha superado el nivel de anécdota intrascendente, cuyo expediente se asemeja al del alumno que, tras acudir al aula del examen en la fecha y hora indicada, arroja el folio de la prueba lleno de garabatos a la papelera. Caminan los que reciben del Getafe –un grupo aguerrido que había anotado apenas veintiséis tantos en veintinueve encuentros– cuatro goles, cuatro por voluntad de no atestiguar groseramente la ausencia de contendiente que pudiera incomodar.

Un recodo muy al final del paseo nos conduce a un portón habitualmente cerrado. Habitualmente, porque cuando se abre trasciende un hedor nauseabundo, si me permiten el pleonasmo. Traspasarla nos adentra en una bocacalle conocida como de la Impotencia. No es frecuente alcanzar este punto de la ciudad; pero, una vez puesto el pie en la callejuela, el portón se cierra por el otro lado. La impotencia arrastra indefectiblemente a un camino de difícil retorno. Los sentidos se embotan, la sesera se ofusca, el arrebato guía el comportamiento: alguno de los pasajeros encuentra la expulsión al confundir intensidad con violencia, otro no domeña la frustración y la transforma en una ira que golpea –al menos pretende– a uno de sus compañeros por hacer o no hacer, decir o callar. Llegados a este punto, el retorno, siquiera a la plaza de partida en busca de otra salida, se torna odisea.

que lo que asustaba en el presente. Nadie puede atemorizar al que ya lo ha perdido todo. La remembranza nos trasladaba al enfrentamiento homólogo de dos temporadas atrás. A aquella noche en que Pezzolano especuló confiado en la ayuda de marcadores ajenos. Por Dios, Paulo, ríndase o no se rinda, pero no espere a que el destino ejecute la labor que está en su mano. En su momento pensé que en ese partido se apuntaba un punto de inflexión, el paso del crecimiento convexo al encogimiento cóncavo. Mal apuntado: si la retracción se mostraba nítida, la inflexión, sigilosa casi siempre, ya venía de antes.

El ascenso posterior, observado desde la perspectiva del tiempo pasado, se convirtió en una trampa que, me atrevo a decir, pilló con el paso cambiado al (o a los) propietario del club. Ni lo preveía, ni lo pretendió consolidar. Dado que muchas de las decisiones en el aspecto deportivo fueron objetivamente erróneas, dado que no tiendo a menospreciar –a acusar de torpeza– a la gente que las toma, sigo creyendo que algo se me escapa. Algún día conoceremos la motivación.

Y en estas estamos, con Catoira realizando análisis, no sabemos si sintácticos o morfológicos, de la nada. Con la nada aparente como proyecto del (o de los) hacendados de la entidad. Con una afición esperando que concluya la tortura rezando para que la calamidad no se prolongue más allá de esta temporada. Y mirando temerosa a Gijón, a Zaragoza, a Coruña...

Publicado en El Norte de Castilla el 8-4-2025

domingo, 30 de marzo de 2025

SE DIRÍA QUE NO LLEVA HUESOS


J. I. UNANUE-FACTORÍA-9


Del edificio, de lo que edificio fue, no queda más que una montonera de cascotes desparramada sobre el solar. Ni vestigio, más allá de la elocuente memoria, permanece: la polvareda se desvaneció tiempo ha. Tan desmesurada ha sido la demolición que ha amortizado el capital de las expectativas, ha recogido las palanganas de lágrimas, con meses de anticipación. El mismo título elegido para esta ventana tras el regreso del Pucela a Primera, «Caminando sobre el alambre», apuntaba a a una temporada de zozobra, a un previsto padecimiento, al riesgo de una caída al precipicio..., pero descartaba el sosiego de quien –disuadido por una realidad imperante– ha de asumir la fatalidad, despreciaba la virtualidad de que el caminar cesase inopinadamente, no considera el hecho de que no se produjese caída sino lanzamiento al vacío. Del caminar pendiente, como del que observa el solar en el que, tras el derrumbe, habrá de construir, solo cabe escudriñar alguna imagen mental que estimule, algún desempeño del equipo que aliente.

En San Sebastián, descartado el valor del potencial puntaje del encuentro para acariciar siquiera los objetivos mínimos, sin confianza en una metamorfosis que transformara la cara del equipo en el partido concreto, nos conformábamos con alguna imagen grata que alentase el optimismo: una mejoría en el juego, una voluntad de romper con una dinámica de apocamiento, la recuperación de jugadores alicaídos, la irrupción definitiva de algún canterano hasta ahora renuente... Al final, ni sí, ni no. O un poco de cada. Mejoró la apariencia, se mantuvo la sustancia. Por instantes parecía que la sorpresa podría llegar; en un instante, la defensa encadenaba errores groseros y nos despertaba de la ensoñación. El Pucela, como aquel Platero del libro de Juan Ramón Jiménez que me obligaron a leer en la EGB, «es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos». Hasta Álvaro Rubio, tan comedido, tan en su papel, se ha visto forzado a verbalizar la incapacidad: «No nos da para más, es evidente». Asume que a su equipo «Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas...». Demasiado esponjoso para no terminar patas arriba al menor empellón.

Entonces, en séptimo, me abrumaba tanto algodón, no conseguí terminar el libro. La obligatoriedad de su lectura se consumaba con la realización de un examen que logré superar leyendo algún resumen. De haber aguantado al mullido burro hasta el capítulo XXI habría sabido que el Pucela–Platero «va chorreando sangre, una sangre espesa y morada, de las picaduras [...]. Al abrir los ojos, después de un sueño instantáneo, el paisaje de arena se me torna blanco, frío en su ardor, espectral...». O hasta el LX, «A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo». Las nueve citas pendientes se escribirán en forma de elegía. Nueve torturas previas al brote de una nueva ilusión.

Publicado en El Norte de Castilla el 31-3-2025

martes, 25 de marzo de 2025

TAN DIFERENTES, TAN IGUALES

 

Foto: José Luis de Román

Coinciden las palabras de Abel Caballero -caballero, pero no de Olmedo, sino alcalde de Vigo- demandando a las autoridades competentes que los trenes que circulan entre Madrid y Galicia no pierdan tiempo deteniéndose en las estaciones de Castilla y León -paradas al fin y al cabo con nombres de escaso resueno- con la protesta desarrollada en Valladolid contra la construcción de macrogranjas y plantas de biogás. Tan diferente la imagen de un tren que pasa de la de un cerdo (o vaca, o gallina…) que excreta, tan igual la percepción asimilada de esta tierra por un preboste político que por un prócer económico.

La periferia desfigurada: desde la aparente cercanía del centro a la lejanía del abandono; de parte del todo a suburbio que abastece de energía, alimento y jóvenes, aunque de estos, cosa de las progresiones geométricas decrecientes, cada vez en menor número. España, rueda de bici con buje capitalino, con llanta, cámara y cubierta dibujando el contorno, utiliza el vacío intermedio para colocar los rayos que sujetan la figura. Atizar a esta tierra es sencillo. Se cuentan pocos, habitan dispersos y pasan los días envejeciendo. Tan levantiscos en lo individual como callados ante el menoscabo comunitario. Los cementerios de las afueras de cualquier pueblo, escribí tiempo atrás, ejercen de receptorías de muertos que evocan más historias que historias en todo el pueblo quedan. Historias aún vivas en el recuerdo de los que fuimos niños como el delibesiano Daniel, el Mochuelo, y nos alejaron para buscar el ‘camino de la prosperidad’. Leí, también tiempo atrás, un relato de Carmen Madreña Roja en el que apuntaba que las vacas, con su carne y con su leche, pagaron los estudios de trigonometría que sirvieron para acabar con el mundo de las vacas. Este, por más que las amontonen, como a los cerdos o las gallinas, ya no es su mundo. Ya no pueden mirar el tren que, total, no va a parar. Y no, no es nostalgia de un pasado mejor sino añoranza de un tiempo que en nuestra ensoñación albergaba un futuro.   

Publicado en El Norte de Castilla el 25-3-2025

 

 

 

sábado, 15 de marzo de 2025

MULTIPLICAR POR DIEZ LA NADA

 



Bajo el amparo de los versos de Gabriel Celaya –«Se dicen los poemas/que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,/piden ser, piden ritmo,/piden ley para aquello que sienten excesivo»– induje que el Real Valladolid, ante una hinchada que anhela restituir su esencia, un público que no exige más ni consiente menos que el esfuerzo denodado, compondría un partido audaz, un desempeño digno, capaz de henchir el tórax hundido de su sufriente afición. Al fin, se cumplían las premisas –«Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,/mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,/fieramente existiendo, ciegamente afirmando,/como un pulso que golpea las tinieblas», nadie observa la clasificación con el sueño de escalar, la irreversible consecuencia se da por amortizada; asunción, eso sí, que no implica mansedumbre, revés que no comporta resignación.

Entonces –«cuando se miran de frente/ los vertiginosos ojos claros de la muerte», supuse, me dije, el Pucela se encuentra en una tesitura en la cual «se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades»; ahora, arropado con la certeza de que todo está perdido, envuelto en la evidencia de que nada queda por guardar, pretenderá, supuse, me dije, desplegar un plan atrevido, desarrollar un juego sin ataduras melindrosas. La verdad fue dicha: la realidad expuesta fue, si cabe, más bárbara, más terrible, más cruel. No se atisbó un ejercicio de coraje por más que, dada la propia incapacidad, pudiera resultar estéril; la verdad que afloró, la misma que se mostró en cada partido cuando aún no estaba todo definido, cuando el miedo podía atenazar, reveló una reverencial pusilanimidad.

El Pucela empezó el partido encerrado en su área como si tuviera algo que proteger, como si el minuto cero fuese el noventa, como si no fuera local. Lo cerró agazapado atrás, esperando el final como si el marcador estuviera de su parte, como si hubiera margen para revertir el dictado de la derrota. Entre medias, algún tímido arresto, algún intento sin apenas convicción. Un desierto, el quebranto de los protagonistas, el lamento de la afición, el remanso del rival, el vacío, la impotencia repetida en las veintiocho jornadas disputadas. La nada multiplicada por las diez escenas pendientes.

Al Valladolid, como a Andrea, la protagonista de otra 'Nada', la novela de Carmen Laforet, la tristeza se le adueña de su cuerpo mientras los días intrascendentes, fríos, idénticos, fútiles, van transcurriendo sin apenas interés. Tumbada en la cama, Andrea observa una foto de sus abuelos aún jóvenes, una imagen que le recuerda el tiempo en que ella fue feliz en aquella misma casa como el seguidor que repasa cromos de cuando el Pucela encadenaba temporadas en Primera. Entre medias, hasta la casa encogió: la necesidad impuso la venta de la mitad del inmueble. Hasta la plantilla. Grima da contar seis cedidos en la alineación inicial.

En sus nadas, Andrea y el Pucela sienten que cualquier minucia arranca sus lágrimas, que los hechos más nimios les desgarran el alma con la fuerza de un volcán.