Hoy
puedo respirar. La televisión en directo que es mi ventana me muestra
la playa desnuda de esas gentes con complejo de chuletilla, amantes de
las brasas. El mismo sol que con su brusca premura ha ahogado a los
cereales y con ellos al sueño anual de los pocos agricultores que hoy
son, ha suscrito una tregua. Hoy es uno de esos pocos días de clase
media que nos concede esta maldita ciudad de contraste entre la vanidad
de unas jornadas abrasivas recluidas en sus mansiones de verano y una
sarta de días desarrapados con hambre de calor que se esparcen a lo
largo del resto del año.
Apresúrense,
huyan; se acercan días que amasan todo el calor, ciegos por saciar sus
instintivas ansias frente a las necesidades de los pobres invernales.
Mejor, no deserten, háganle frente. Su armadura deslumbra mas no es un
enemigo invencible. Busque un rincón en su casa, deje la ventana abierta
durante la noche y cierre la persiana con la amanecida. Coja un libro,
uno de esos en cuyos renglones se lee más de lo que en cada renglón se
ha escrito. Sumérjase, trasládese a paginazos; una tras otra, tras otra
la otra. No se arrepentirá. Transformará el oropel del verano en vulgar
bisutería. Comprenderá el ciclo de las estaciones. Unos con tanto, otros
sin nada.