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Imagen tomada de elpais.com |
La sangre de la que nacimos nos vuelve a dar vida. Las calles de nuestras
ciudades, venas de agua, vías de tránsito entre dos puntos de la nada cotidiana,
las mismas que parecían muertas o aletargadas, vuelven a ser espacio de encuentro
y reivindicación, a mostrar pulso y aportar impulso. En ellas se oye de nuevo
el ruido propio de miles de personas que no quieren callar más. Voces que ya
saben que el silencio suena a un dejar hacer, que han comprendido que quien
detenta el poder confunde –-siempre y de forma intencionada–- el ‘callar’ con
un ‘otorgar’ que entienden a su favor. A su favor y en beneficio de quienes no
necesitan gritar para ser escuchados en Palacio porque los palacios son suyos.
Ellas, la sangre de la que todos nacimos, tomaron las calles el ocho de
marzo. Millones de mujeres, de voces, de experiencias, de formas de sentir; millones
de aspiraciones, mitad comunes, mitad diversas; millones de mensajes a veces
contradictorios pero suyos, de ellas, de todas ellas, que denunciaban lo que
nosotros ni hemos sido capaces de ver. La fusión de todas esas voces nos pide
abrir los ojos y derribar esos esquemas mentales con pirograbados de un mundo
macho. Como hijo, exmarido, pareja, amigo… me siento interpelado. Quiero seguir
escuchando para seguir aprendiendo; quiero seguir aprendiendo para seguir
creciendo.