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Imagen tomada de derechoconstitucional.es |
No hay ni ha habido sociedad humana que de una u otra manera no haya
jalonado sus tiempos recordando hechos previos que le fueron significativos. Así,
hemos ido convirtiendo la efeméride en una excusa saludable, en un instrumento útil
para relacionarnos con nosotros mismos a través de nuestra historia. Nos sirve
tanto para paladear el regusto de alegrías pasadas como para regurgitar el
dolor que no hemos terminado de digerir. También, claro, nos ayuda, por traérnoslo
a nuestra memoria, a reflexionar sobre el hecho celebrado.
Nuestro 6 de diciembre, desde hace ya 39 años, es una de esas fechas
clavadas en el calendario. Se conmemora la aprobación vía referéndum de la
Constitución vigente, pero lo curioso es que no existe acuerdo sobre lo que en
realidad se celebra: si el papel o la idea, si la palabra intemporal o el
acuerdo como método, si la recopilación de artículos o la suma de
voluntades. Y no, no es lo mismo. No celebran
lo mismo quienes en esta conmemoración resaltan la letra escrita en piedra bajo
la que se han de adecuar las voluntades presentes y futuras que los que destacan
las voluntades que sirvieron para escribir el texto constitucional. En este
caso, el nuestro, los primeros ganan porque siempre encontrarán una coartada
para su inmovilismo: si las cosas van bien, no se tocan; si van mal, no es
momento de cambiarlas. No solo, además se han adueñado del texto hasta el punto
de haber convertido la Constitución en lo que ellos dicen que es la
Constitución. Los del segundo tropiezan irremisiblemente en el propio texto con
la imposibilidad de la enmienda.