Aún no ha cumplido
los veinte, transita por esos años en la que empezamos a no entender nada,
mejor dicho, ese tiempo en que desaparecen las pocas seguridades que se
necesitan en la infancia y se empieza a abrir un mundo en el que no se sabe
hacia dónde dirigirse. Es una época de explosión ante lo que se descubre pero,
a la vez, de miedo ante lo que se avecina, de desconfianza en uno mismo, de
desubicaciones. Pero ella es simplemente feliz. Bebé, que así se llama nuestra
protagonista, no comprende la tristeza que aflige a tres de sus paisanos. Tres
historias que se entrecruzan y con las que el director cinematográfico cubano
Fernando Pérez Valdés trenzó los versos de película ‘La vida es silbar’. De la
mano de Bebé nos invita a pasear por La Habana y nos presenta tres tristes
tristezas. Sirva como por ejemplo la de Mariana. Esta muchacha quiere, sobre
todas las cosas, Conseguir el papel de Giselle en el ballet del mismo nombre.
Es tanto su anhelo que propone un trueque al mismo Dios: si logra el papel no
se acostará nunca con ningún hombre. Dios, obviamente, no responde (y de haber
respondido le habría dicho que no tiene especial interés en sus encuentros
carnales, que no sabe de dónde ha salido esa lúgubre idea) pero ella da el
trato por bueno y cumple con su parte. Bailar, llegar al culmen en el baile, y
a cambio soledad. Triunfar en el escenario aunque sea matando el deseo que su
joven cuerpo exige.