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Imagen tomada de ctxt.es |
La realidad del siglo XXI sigue bailando con una serie de
conceptos que fueron haciendo fortuna en el XIX, los referidos al entramado
nación-nacionalismo y a ese revuelto que mariposea en torno a la relación entre
nación política y nación cultural. La perversa historia del intermedio siglo XX
pudo haber servido como vacuna -no hay como navegar sobre las turbulentas
páginas de su historia para comprender el riesgo que nos supone manejar un
material tan inflamable como el que separa las personas en un ‘nosotros’ y un
‘ellos’ identitario, para pensar que no podemos ser tan imbéciles de querer
jugar de nuevo a lo mismo que entonces ya estalló- pero da la sensación de que
la experiencia, si es en cabeza ajena, de poco sirve.
Hemos ido viendo cómo en nuestro entorno rebrotaban
proyectos políticos que repetían, si bien perfumados con aroma de modernidad,
aquellos viejos discursos. Vimos después cómo esos movimientos iban cogiendo vuelo
según iban logrando alguna de sus aspiraciones políticas, aunque fuera por la
vía del contagio: su principal éxito fue el de impregnar con sus programas a otras
organizaciones que decían pretender contrarrestar el
discurso identitario.