Dejar de fumar, aprender inglés, subir a Primera; todos los inicios de
ciclo son aparentemente iguales, se nutren de ilusiones y arrastran una sarta
de buenos propósitos que, por algún motivo, dejamos pendientes en el curso
anterior y el anterior... Pero solo aparentemente.
Nuestras sociedades tienden cada vez más a analizar, a valorar, en
función de los resultados, olvidando voluntariamente el cómo se ha llegado a
tal conclusión. Se entiende por bueno lo que bien acaba y, a partir de dicho
fin, se santifica o estigmatiza el camino recorrido. Se nos muestra al
triunfador ensalzando sus cualidades, relatando sus historias, sin explicar que
muchas similares nunca llegaron a buen puerto. Sabremos, por ejemplo, de un
senegalés - uno- que triunfa en el cine, el fútbol o la música; escucharemos el
relato de las peripecias vividas; se ensalzará su valor, su arrojo, para dejar
su tierra de origen y emprender tan arriesgado viaje. Nadie hablará, sin
embargo, de los que pretendieron labrarse un camino similar -multitud- y que
fueron engullidos por las aguas. No tendremos idea, siquiera, de cuántos
son.