Díceme Hoyas, a la sazón sufriente prior de
esta página, que los escribas que aquí garabateamos malamente nuestras ideas
somos una recua de desarraigados, que a la menor nos descarriamos por
vericuetos que nos arrastran allende la meseta. Vamos, que para el bueno de
Tomás conducimos nuestras letras hacia Irak, el tripartito o, cuando no, la
nostalgia nos seduce como aquella prima que vivía en el extranjero; pero que de
este páramo cuyo topónimo se engarza con el alambre de una conjunción
copulativa, ni letra. Tiene razón, lo que de por sí ya es un síntoma. Porque
Castilla y León no es ni por arriba ni por abajo. El techo que nos cobija no se
aleja mucho de los sueños frustrados de España eterna con las goteras
sin restañar que narraron los tristes hombres tristes de aquella generación del
98. Somos un vivero de nacionalistas de la España que se sintió imperial y que
aún espera que los designios de ese Dios uno y trino se posen sobre nuestra
hidalguía y nos sonría como pueblo elegido para gestas que engrandezcan la
historia de lo universal. Pero ya no estamos para trascendencias.