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Foto "El Norte de Castilla" |
Escuché muchas veces eso de que siempre hubo y habrá ricos y
pobres. Del ‘hubo’ poco podía discutir, el pasado no lo cambia ni Dios; pero
ese ‘habrá’ entonado con tono de certeza respecto a un tiempo que aún no ha
llegado me sacaba de quicio, ¿por qué tendría que ser así?
Pasados muchos años, la pregunta sigue ahí, reviviendo como
la hoja perenne de un árbol, y no
encuentro respuesta más allá de la propia condición humana. Y quizá porque
pasaron muchos años, en ese revivir, la pregunta se reformula tornándose a la
vez más modesta y más compleja. Más modesta, por la asunción de que no existen
fórmulas mágicas; más compleja, porque la dicotomía se multiplica: entre los
ricos hay ricos, entre los pobres hay pobres. De estos últimos, pobres de los
de pasar hambre, personas tratadas peor que bestias de carga, pese a que apenas
aparecen en las estampas oficiales, a que permanezcan lejos de la vista del día
a día de la mayoría de la población, existen en nuestro país. Tomo palabras de
Philip Alston, relator de Naciones Unidas sobre la extrema pobreza, tras una
visita de inspección a nuestro país: "He visitado lugares que sospecho que muchos
españoles no reconocerían como parte de su país. Barrios pobres con condiciones
mucho peores que un campamento de refugiados". El propio Alston utiliza la
palabra ‘roto’ para definir el sistema de protección social en España, un
sistema que “aboca a un gran número de personas a la pobreza”. Y esto no es
porque sí, no es el resultado de una maldición divina o una ley física, “quiero decir que es una
elección política”.