Andan ya un poco desvaídos por el paso de los años, pero aún conservo los
dos primeros libros que tuve, de obligación, que leer en el colegio. La
Conchita, que así, con artículo y todo, llamábamos a la profesora de Lengua y
Literatura, nos prescribió, examen mediante, la lectura de ‘La tesis de Nancy’
y ‘El acalde de Zalamea’. No sé si la buena mujer, y estupenda maestra, era
consciente, pero con esa doble elección nos estaba facilitando dos perfectos
instrumentos para indagar primero, diseccionar después y comprender más tarde
parte de los elementos idiosincrásicos de esta España sobre la que cabalgamos.
Dos instrumentos que multiplican su fuerza si se leen en paralelo.