Cualquier estudiante sabe que un curso se puede aprobar, en primera instancia, salvando las evaluaciones o, en segunda, superando unos exámenes finales. En el caso de no lograrlo ni en una ni en otra, queda una última bala que se disparará allá por el mes de septiembre. Pero, no son pocos los alumnos que, a pesar de la triple oportunidad, no logran aprobar el número requerido de asignaturas y se ven en la tesitura de tener que repetirlo un año después. Por aquello de tener que sobrevivir impartiendo clases de apoyo y por mi faceta de padre, he podido escuchar las sensaciones de unos cuantos chavales que veían sus respectivos cursos como un muro tan alto que se sentían incapaces de saltarlo. En algún momento, cariacontecidos, cabizbajos, te espetaban que repetirían curso y que, por tanto, no merecía la pena ni un solo esfuerzo más. El cuerpo, para motivar, te pide exponer el catálogo de frases hechas, que si no hay nada imposible, que si querer es poder, que si tal, pero con el tiempo te das cuenta de que no producían efecto alguno ya que, aunque en principio pudiera parecer que sí, al primer revolcón posterior, volvíamos a las andadas. Era mejor mirar el fracaso de frente para sobreponerse y salvar algún mueble del naufragio. El problema no era repetir, un trago por el que han tenido y tendrán que pasar un ingente número de adolescentes, sino que ese golpe pueda generar un agujero insondable. Repetir curso, lejos de lo que pueda parecer, no facilita que la nueva intentona vaya a resultar más sencilla; de hecho, en muchos casos, suele ser al revés: los resultados del segundo desempeño son peores que los del primero menoscabando las posibilidades de reenganche. Ahora, cuando algún chaval me dice que da el curso por acabado, le respondo que una cosa es no pasar curso y otra, bien distinto, tirarlo. Que si no quiere verse, un año después, en las mismas circunstancias, tiene que mantener el hábito de estudio y adquirir el mayor número de conceptos que le faciliten la posterior tarea. Y ¿quién sabe? a lo mejor suena la flauta y se salta el muro. No es fácil asumirlo pero permite modificar el contexto para encauzar los años venideros.