Para las generaciones más jóvenes puede resultar sorprendente que el
catolicismo haya elegido al mismo santo como patrón de dos mundos tan
aparentemente alejados como el de los agricultores y la ciudad de Madrid. Pero tiene su lógica,
Isidro vivió en el Madrid del siglo XII y allí se dedicaba a arar manejando una
pareja de bueyes. A arar o contemplar como araban las bestias solas, porque las
crónicas cuentan como hecho milagroso que los bueyes realizasen su labor mientras
Isidro se dedicaba a rezar. Pues bien, en el día en que se celebraba su
festividad hace ya cinco años, en la madrileña plaza de Sol un grupo de
personas quiso expresar su descontento. Poco a poco la plaza se fue llenando y
dio pie a lo que se conoció como el 15-M, uno de los movimientos de los que más
se ha habla y de los que menos se conoce, porque habrán de pasar unos años para
poder comprobar si todo aquello habrá tenido alguna repercusión transformadora
o habrá sido otro movimiento espasmódico con más literatura que valor real de
cambio.
Me gustaría creer lo primero pero, según pasa el tiempo, todo aquello
parece haberse quedado en lo que Alfred Hitchcock definió como ‘MacGuffin’: un
elemento que alienta el suspense en una película, permite avanzar a los
personajes, pero que pasa por la trama como la luz a través del cristal, sin
romperla ni mancharla. Vamos, un pretexto que no modifica el sentido de la
película.