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Foto "El Norte" |
Algunos años antes de que naciera Sergio Asenjo, en esa
misma Palencia, los guantes de portero eran un artículo de lujo. En Palencia y
en el resto de España, pero es en Palencia donde uno estaba y es lo que uno
recuerda. Antes de eso no es que fueran un lujo, simplemente no eran: hasta los
porteros profesionales jugaban con las manos descubiertas. Pero estamos en los
años ochenta. Los Arconada, Urruti, Miguel Ángel, Fenoy y hasta Sabino Zubeldia
cubrían sus manos con unos guantes milagrosos a los que parecía pegarse el
balón. Los niños que por devoción u obligación defendíamos las millones de
porterías de esos Maracanás imaginarios queríamos unos guantes como esos o, al
menos, un par que pudieran dar el pego. Pero topábamos siempre con el muro del
‘no’ paterno y materno, por juntos o por separado. Así las cosas, para parecer
más portero, apañé con unas propinas lo más parecido que vi a unos guantes de
profesional: unos de lana amarilla con puntos de negro alquitrán incrustados.