Mi barrio no es especialmente bonito, es así, qué se va a
hacer; pero cuenta con una circunstancia que lo convierte en particular: está
prácticamente rodeado por corrientes de agua. Por eso, cuando alguien se acerca
por la Victoria con la intención de que demos un paseo, terminamos acompañando al Pisuerga
o al canal de Castilla. En una de estas, el paseo se dio con una amiga que
nunca antes se había acercado por aquí. Subimos por la calle Fuente el Sol
hasta encontrarnos con el canal en la pasarela, giramos hacia la izquierda
buscando la dársena, atravesamos la avenida de Gijón sobre la tubería en la que
el agua se esconde y cerramos el circuito acompañando al canal en el tramo
previo a hundirse bajo el molino que luego fue hotel de infausto recuerdo.
Ahí, justo donde el Canal desaparece antes de desaguar, con un frío de mil
demonios, le comento a mi amiga que ese día el escenario parecía desvaído, que
habitualmente suele haber algunos patos o aves de la misma condición. Su lógica
se activó.