![]() |
Cuando me encuentro con una proyección económica lanzada hacia el futuro,
mis orejas perrunas se levantan. Tiendo a no creerlas y, a la vez, a no
menospreciarlas.
A no creerlas, porque cualquier predicción solo puede ser realizada a
partir del estudio de una serie limitada de variables, unas variables que
siempre se topan con una realidad mucho más compleja que se empeña en
desautorizarlas. Como ejercicio de descreimiento suelo realizar un sencillo
juego: miro hacia atrás tantos años como los que quedan para que se ‘cumpla’ la
predicción. Si escucho, por ejemplo, cosas como que el sistema de pensiones
habrá quebrado en 2050, vuelvo la vista a 1984 -no al libro de Orwell, al año-
y desde aquella lejanía adolescente sin ordenadores ni móviles contemplo las
hipótesis que se aventuraban para estos tiempos. Todo papel mojado y cine o
literatura de ficción. Al final, el ser
humano es lo suficientemente indeterminado como para aventurarse a proyectarle
tan lejos en cuestiones que no son científicas.