Juan Gelman |
En el juego en que anduvo hasta
ayer, en el mismo juego en que siempre andamos, Juan Gelman eligió ‘esta
inocencia de no ser un inocente, esta pureza en que ando por impuro’. El poeta
camina por un estertor de Burgos, el burgos con minúscula, el que no se enseña,
el que no aparece en las guías, una barriada despojada que es poco más que un
ruido que rara vez llega a oídos del Cid. Pisa el poeta con fuerza, camina
impuro, y es señalado por el dedo de sus contrarios, quienes esconden la
avaricia tras sus inocentes caras de diseño. Pero le da igual, pisa con fuerza
porque elige, sin lugar a dudas, ‘este
amor con que odio, esta
esperanza que come panes desesperados’. Levanta la mirada y con su poca voz,
dice que aquí, lo que pasa, no es un bulevar, no, ‘aquí’, insiste, ‘pasa,
señores, que nos jugamos la muerte’. Y de morir que sea así, tras habérsela
jugado. Juan Gelman, que, cosas del lenguaje, fue llamado terrorista, se sentó en un viejo banco de la calle
Vitoria y recordó a Daniella Rocca, la mujer que un día conversó con los
ángeles. Sonríe el poeta, en su memoria aquellas portadas de periódicos que
tildaban a Daniela de loca, ella que ‘no mató a sus padres y fue caritativa’ porque un día de enero
‘orinó bajo un árbol’ o bajo el plano en que había un árbol cuyas raíces se
abrían paso en el último suelo de la especulación. Juan, como Daniela, como
tantos, estaban en la calle derrochando energía frente a ‘las puertas que se
abren para seguir viviendo, las puertas que se cierran para seguir viviendo’.