Salvo un puñado de entendidos, lo habitual es desconocer la
mayor parte de la producción cinematográfica de países ajenos al propio. A lo
sumo podríamos apuntar el nombre de un representante en el que encarnamos todas
las características. Así, es fácil que alguno pretenda reconocimiento hablando
del cine iraní cuando solo ha visto alguna película de Abbas Kiarostami o del
cine colombiano y Sergio Cabrera. Pues bien, siguiendo el mismo patrón, fuera
de nuestras fronteras asocian cine español y Pedro Almodóvar. El manchego, que
genera en suelo patrio un debate sin matices, tiene una virtud indiscutible
para admiradores y detractores: es capaz de transmitir el dolor que sufren los
protagonistas y, mientras, hacer que los espectadores rían. Una de las escenas que
mejor muestra esta paradoja la podemos encontrar en “La flor de mi secreto”,
cuando con una sola frase Chus Lampreave realiza un diagnóstico preciso a su
atribulada hija, una afamada escritora de novela rosa atada por contrato con
una editorial pero que, por diversas circunstancias de índole personal, no
puede cumplir. Esta le desgrana a su madre la situación, ella no comprende lo
concreto, sus mundos nada tienen en común, pero atina plenamente en lo general:
«Qué pena, hija mía, tan joven y ya estás como vaca sin cencerro...».