Los confesionarios se han quedado vacíos. En parte es consecuencia del proceso de laicización que tras años de misa obligatoria ha vivido nuestra sociedad, pero no en menor medida se debe a que nadie tiene culpa de nada, no quedan pecados que confesar porque cada vez es más acusada la tendencia a ‘reconocer’ que los culpables siempre son los otros. Sabiendo de antemano quién es el asesino, es fácil después construir relatos que encandilen a una audiencia desmemoriada y ávida de encontrar al culpable de sus desdichas, basta con entregarle a esta el papel de sufriente víctima subyugada por unos desalmados. Unos seres perversos se aprovecharon de la candidez de una inmensa mayoría de la sociedad, personas por otra parte sin tacha, para saquearles y dejarles sin derecho alguno. Seres infectos que nos han arrastrado desde el paraíso en que antaño vivíamos hasta el lodazal del hoy. Así, sin más matices, sin más nada.