El próximo domingo se celebran, ya lo
saben, elecciones en Euskadi. Como prólogo y epílogo dos clubes de esa tierra
pueden marcar, sino lo han hecho ya, un hito en la historia del deporte vasco.
Dan lustre a su talento con modestia, trabajo y un objetivo en el que todos se
sienten corresponsables y por este camino están a un solo paso de alcanzar una
cima en el deporte. Son dos proyectos consolidados con ambición, sensatez y
eficacia que han conseguido formar un corpus indivisible con lo que es
realmente un club: sus aficionados. Lo grande es que los seguidores, vascos, se sienten
representados en unos jugadores que llevan su nombre en las camisetas ( y esto
no es metáfora). Pues bien, estos
deportistas que hacen grande a Euskadi son un ejemplo de globalización sin
puertas en el estrecho, han nacido en los más variados rincones del orbe, de
Uruguay a Lituania, de Estados unidos a Noruega. Y esa es la lección, un
equipo, una sociedad se hace entre quien quiere hacerla. Y para eso es necesario
sobreponerse a los instintos primarios. Y estos no sólo nacen de una
parte.