domingo, 29 de enero de 2017

LA MALDITA ETIQUETA

Saltaba. Cerraba el puño y agitaba el brazo. Se mostraba exultante y no era para menos. Había llegado ese momento que tanto había ansiado, ese instante con el que había fantaseado una y otra vez pero que el destino le hurtaba: el trance colectivo del que solo él tiene la llave para salir y él, transmutado en superhéroe, evita el apuro provocando un giro en el guion para que la película tenga un final feliz. Pau Torres, en el último segundo, había logrado salvar dos puntos para su equipo cuando ya se daban por perdidos. Ahora, exultante, saltaba, cerraba el puño y agitaba el brazo en un gesto de reivindicación propia y ante sus compañeros. El tiempo, y más en el fútbol, es relativo. Para el que juega con frecuencia, dos años pueden pasar sin apenas percibirlos; pero si no es el caso, si el banquillo se ha convertido en tu hábitat, ese mismo intervalo se convierte en eterno. Cuando no juegas, las semanas son interminables y caen como losas. Se te añade, además, una etiqueta: suplente. Estás ahí solo por si acaso y terminas percibiendo que los demás te miran así; no eres uno más, eres, simplemente, el suplente. Mucho peor si encima eres portero. Intuyes que la única forma de revertir la situación pasa por que tu compañero lo haga mal o se lesione. Tu bien, que tus anhelos se cumplan, procede del fracaso colectivo de tu grupo, del daño individual de tu compañero. No quieres verlo así pero a veces la tentación te vence y te sientes mala persona.

jueves, 26 de enero de 2017

DE DAVOS A COBLENZA

En los apenas 600 kilómetros que separan Davos de Coblenza se dibuja el camino recorrido por nuestras sociedades desde aquellos días en que todo parecía ir bien hasta hoy en que parece no haber más salida que los puñetazos en la mesa y ‘esto lo resuelvo yo en dos guantás’.  Mientras en la suiza Davos se reunía la Asamblea Anual del Foro Económico Mundial -una fundación que aglutina a los líderes mundiales ahora en decadencia, esos mismos que pretendían marcar las pautas que habría que seguir para transitar la senda de la globalización- en la alemana Coblenza, los que se habían citado eran los líderes de diversas organizaciones de esas a las que antes se llamaban de extrema derecha y que en breve podríamos ver gobernando –o al menos con altas cotas de poder- en varios países de la vieja Europa. Las dos localidades son las esquinas del cuadrilátero en el que combaten el veterano campeón un poco sonado por los golpes recibidos y el pujante joven dispuesto a desarbolar a aquel en un par de asaltos.

domingo, 22 de enero de 2017

CARNE, CARNE, CARNE...

Cuando cuento que estuve interno en un colegio de frailes, siempre aparece alguien que encuentra en el despecho la causa de mi forma de pensar y apostilla «claro, es por eso que ahora no pisas una iglesia». Respondo que se equivoca por dos motivos: sigo pisando iglesias –casi todas las que me voy encontrando en mis rutas bicicleteras– porque son depositarias de buena parte de nuestro acervo cultural y, sobre todo, no puedo sentirme despechado por haber tenido la suerte de vivir en un colegio que fue determinante para que hoy piense lo que pienso y sea lo soy. Que este ‘yo’ no lo es por reacción sino que se nutre de lo que allí empecé a intuir. Entre los frailes de ese ‘San Juan de Dios’ de Palencia, que tal era el sitio, estaba, por ejemplo, Miguel Pajares, un toledano al que nada se le había perdido en Liberia pero allí estaba cumpliendo con su voto de hospitalidad pese a la amenaza del virus del ébola. Una amenaza tan real que fatalmente se concretó.

jueves, 19 de enero de 2017

LOS COPOS DE NIEVE

El pasado sábado, en Česká Třebová, una pequeña ciudad checa situada en la región de Pardobice, en medio del triángulo que forman Praga, Ostrava y Brno las tres grandes ciudades de este país centroeuropeo, un grupo de chavales jugaban un partido de hockey sala en el polideportivo local. Un escaso centenar de personas disfrutaban del juego. De repente escuchan un alarmante crujido y, pies para qué os quiero, en unos segundos nadie quedó allí. Al poco, el techo se fue viniendo abajo al no poder resistir, eso parece, el peso de la nieve que se había ido acumulando. Un copo apenas pesa nada, ni dos, ni… 

sábado, 14 de enero de 2017

PINGÜINOS EN CÁDIZ

Los gaditanos exhiben con orgullo el título virtual de ser la ciudad más antigua de occidente. Presumen de existir desde el siglo XII o XIII A.C., que ya ha llovido. Por indicar una referencia temporal o porque los números dicen poco cuando hablamos de tan atrás, la costumbre sitúa ese momento del nacimiento de la urbe gaditana tomando en relación a otro hecho que tiene más de leyenda que de realidad: la guerra de Troya. Esta visión mítica otorga a Cádiz solo ochenta años menos que los sucesos que siglos después Homero relató en la Ilíada y la Odisea. En realidad,  nada existe que atestigüe dicha antigüedad. Las primeras alusiones documentales sobre la existencia de un núcleo urbano  nos remiten ya al siglo XI A.C., aunque los arqueólogos, por más que han picado, no han sido capaces de encontrar vestigios que nos retrotraigan más allá del VIII A.C. Lo cierto es que ese espacio tan estrecho como privilegiado, ese mirador de tres continentes, esa puerta al Mediterráneo,  ha albergado a diferentes civilizaciones, ha visto llegar unos y partir a otros de forma sucesiva. Cada uno de esos pueblos celebraría las cosas a su manera y de todos ellos algo habría de quedar. Sumando tradiciones festivas se fue consolidando un acervo que sirvió para cocer el caldo al que posteriormente se habría de incorporar la carne propia de los días previos a la celebración cristiana de la Cuaresma. Con todo ello, el guiso de los Carnavales estaba servido ya desde el siglo XVI. Y los gaditanos, hijos de mil madres, lo hicieron a su manera: riéndose de sí mismos. Podrá haber Carnavales más antiguos, los de Venecia; con más prestigio, no sé, los de Río de Janeiro; pero no creo que ninguno acentúe tanto el carácter irónico, mordaz y crítico con el poder como los gaditanos. Seguramente sean también los más largos, que era septiembre cuando –intentando conocer aquello con mi bici pasé por la vecina Barbate, o puede que fuera Zahara­– vi unas sillas dispuestas frente a un escenario. Pregunté, ingenuo de mí, mi interlocutor me miró como si fuera de otro planeta y me dijo que era para una actuación de las comparsas del Carnaval. En septiembre, ya digo. Aquí, en la estepa castellana, somos más secos, más de Cuaresma que de Carnaval, pero también tenemos lo nuestro: alardeamos de frío y, precisamente, cuando más hace, nos llegan oleadas de moteros que con una guasa más propia del sur se autodenominan ‘Pingüinos’.

viernes, 13 de enero de 2017

ADJETIVOS INOCUOS Y FRUSTRADORES

Los adjetivos son esas palabrejas que sirven para calificar al sustantivo. Según qué función realicen en la oración podemos amontonarlos en diferentes estanterías. Se les puede dividir también por su valor, por lo que aportan al nombre. Así, unos tendrían una labor explicativa, los que se limitan a expresar la cualidad del objeto; otros, especificativos, aquellos que sirven para diferenciar dicho objeto del resto de los de su especie en función de la facultad señalada.  Otra subdivisión de los adjetivos haría referencia al grado. Los positivos se limitan a indicar la cualidad; los comparativos sirven para valorar la cualidad de un objeto frente a la misma de otro y los superlativos que expresan el mayor grado posible del adjetivo.

sábado, 7 de enero de 2017

NO ES FALTA DE RESPETO

Va para una docena de años desde ese 20 de febrero en que fuimos convocados a un referéndum en el que se nos pidió nuestro parecer sobre si el Parlamento español debería ratificar aquel remedo que se presentaba como Constitución Europea. El Gobierno, una vez realizado el recuento, se felicitaba porque, según decían, el 77% de los españoles habían votado afirmativamente. Con afirmaciones semejantes aparecieron, también, diversos titulares en la prensa. La aseveración, sin embargo, tropezaba con un hecho   que no parecía frenar el entusiasmo: seis de cada diez personas con derecho al voto habían decidido quedarse en casa, cada cual por sus motivos. Algunas no entenderían la diferencia entre una opción y otra, a otras les daría exactamente igual. Tanto da, esas personas parecían no contar en las valoraciones oficiales. Item más, hace apenas un par de meses, en el centro del imperio se celebraron elecciones presidenciales. Ganó Donald Trump, nada que no sepan, y sobre ese resultado se han escrito miles de textos hermenéuticos con la pretensión de descifrar las motivaciones que han llevado a los norteamericanos a votar lo que votaron. La realidad es que, para no perder su costumbre, poco más de la mitad de quienes estaban llamados acudieron a las urnas . La otra ‘casi mitad’ no fue digna de análisis alguno. Como si no fueran parte del mismo cuerpo al que se estudia.

jueves, 5 de enero de 2017

SORPRENDENTE Y DEPRIMENTE

La rivalidad entre la nostalgia y la creencia en el avance lineal del tiempo siempre se desarrolló en los mismos términos: ocupan espacios vecinos, no dejan de mirarse con desdén, se mienten mutuamente y, lo que es peor, se engañan a sí mismas haciéndose ver mejor de lo que son. La nostalgia se dice, y nos viene a decir, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Estudiar un poco de historia, solo un poco, sin embargo, desmiente el aserto. Las luces y las sombras se intercalan como los números racionales y los irracionales: siempre es posible encontrar una luz entre cualquier par de sombras por muy cercanas que estén, y viceversa. La añoranza por los tiempos pasados solo puede emerger gracias a ese talento tan humano para domesticar la memoria de forma que esta pueda difuminar los aspectos más negativos a la par que enaltecer los que nos fueron gratos.