No son palabras inocentes, ni
ocurrencias lanzadas al aire; frases como la del ministro Wert son, como en el
platónico mito de la caverna, haces de luz que sirven para que veamos solo las
sombras que quiere que se reflejen, mientras fuerzan a la realidad a tomar
otros caminos. Dice Wert que el estudiante que no obtenga una nota media de un
6,5 no está bien encaminado. Lo dice para justificar un hachazo a las becas y
nos centramos en ese 6,5 proyectado en la pared del fondo de la caverna. Ipso
facto, ese estudiante genérico, en el imaginario de muchos, se convierte en un
manirroto responsable de los desfases en las cuentas públicas, pareciera, de no
ser por ‘tan pesada carga’, que la Universidad nadaría en la abundancia. Pero
resulta que no, que el debate no es el 6 y medio porque la Universidad sigue
abriendo las puertas al que con un 5 puede pagar. Ah, decimos, si lo puede
pagar, allá él si suspende o repite cinco veces. Ahí está, sin embargo, la
realidad que no muestra la sombra proyectada: el alumno que puede pagar
financia solo el 20% del coste, el 80% restante sale, también, de los bolsillos
del que ha sido expulsado por razones económicas. O sea, familias que no llegan
a mileuristas pagan impuestos que financian una Universidad a la que no pueden
ir sus hijos. Pero el daño previsto cuando se pronuncia la frase ya está hecho,
ha funcionado como una carga de profundidad que abate las defensas y se
incrusta en eso que mal llamamos sentido común.