En eso se parece a su predecesor en la alcaldía
vallisoletana; Óscar Puente abre la boca con la misma intención con la que otros extienden el brazo y aligeran la mano. Cuando la cierra, un mandoble ha
tomado ya el camino de ida. A partir de ahí se abre el tiempo de los coscorrones de vuelta. Como muchas veces atiza sin mirar, le llueven obleas hasta en el
cielo de la boca. Con frecuencia, estos saltos en la charca no son más que
pequeñas ventosidades sonoras, polémicas con más ruido -por aquello del ¡uy lo
que ha dicho!- que nueces de debate de verdadero calado. En estos casos, levantada
la polvareda, se defiende como el personaje del soneto cervantino, ‘Y luego,
incontinente,/ caló el chapeo, requirió la espada,/ miró al soslayo, fuese y no
hubo nada’.
En algunas ocasiones, sin embargo, lanza algunas frases con
el trasfondo suficiente para ser debatidas y ponderadas por el destinatario. El
problema de estas últimas es que también las suelta en modo exabrupto, sin
anestesia, de forma que las respuestas que recibe van en la misma línea que si
hubiera dicho una chorrada. Desactiva así el potencial de la idea que pretende
invocar. Es el caso de la penúltima -con Puente no se puede decir nunca ‘la
última’, porque en menos tiempo de lo que tardas en firmar el texto ha podido blandir
de nuevo su flamígera lengua en vaya usted a saber qué derroteros-, la
solicitud a la Junta de Castilla y León de que apueste más por la capital
vallisoletana si lo que pretende es fijar población en la comunidad. El primer
edil, en este caso, se vistió de armadura antes de desenvainar: “Voy a decir
una cosa que seguramente no va a gustar”.