![]() |
Foto "El Norte de Castilla" |
Ante cualquier avería tiramos de listín telefónico y
llamamos al profesional pertinente. En principio, el asunto parece fácil: si la
cosa va de agua, se llama a un fontanero; si de ladrillo, a un albañil; si de
chispa, a un electricista... Pero más allá del terreno de la ñapa doméstica,
las necesidades suelen ser más complejas y los profesionales, más específicos.
Para resolver los trámites de un divorcio, litigar con la empresa que nos
despide o comerse el menor trullo posible tras haber atracado un banco necesitamos
un abogado, pero no el mismo para las tres cosas. Eso de ‘tengo un primo abogado
que esto me lo resuelve’, pues según y conforme. Y sorprendidos si el primo nos
dice que de eso no sabe. Como lo estuvo aquel fulano que, sentado en la plaza
de la Universidad, pendiente de sus hijos, vio cómo el menor recibía un
balonazo en la entrepierna. Acudió presto y, ante las quejas de la criatura,
miró y comprobó que el testículo izquierdo se le estaba amoratando. En el
instante de la duda del qué hacer, su mirada se topó con el edificio de la
Universidad. Allí, pensó, tienen que saber. Cargó con el muchacho, fue y,
apenas sobrepasada la entrada, preguntó azarado a la primera persona que
encontró.