Hace unos meses supimos que habías aceptado el reto
de mudar tu piel etérea de deseo por la carne de los que aquí anidamos. Pero no
te esperábamos tan pronto. Supongo que esa premura en salir a ver que había ahí
fuera es tu primer acto de rebeldía. Echabas de menos las caricias de tu padre,
la ternura que anhelabas noche tras noche, que te llegaba de esa mano inmensa y
buena de hombre de campo, un día faltó, y otro, y otro. Tu madre te decía que
no te asustases, simplemente estabas en otra ciudad más grande que mil pueblos
de Castilla y que pronto estaríais de nuevo juntos. Cosas de mayores, de la
lógica del sistema. Para procurarte el pan y los pañales, tu madre, contigo
flotando dentro, tuvo que hacer el hatillo y montar en el primer tren que a Madrid
llevara. Pero tú le añorabas, no entiendes de movilidad laboral ni gaitas de
esas, y cada noche sin caricias te revolvías hasta que te empeñaste en salir a
buscar el arrumaco y los susurros. No era tu hora, pero para ti era más
importante unir el calor de los dos. Y con tu voz de niña balbucear que no
entiendes que dos que se quieren tengan que separase para seguir queriéndose.
Es mucho más lo que no entenderás. ¿Cómo decirte que se avecina una guerra?
¿Cómo que niñas como tú morirán por no poder comer? Tienes todo por delante
para saberlo y seguir rebelándote. Enhorabuena Lucía.