En la Edad Media, cuando apenas nadie podía comer carne, los reyes y los
miembros de su corte la comían como si no fuera a haber un mañana. El ácido
úrico navegaba del estómago a las articulaciones y allí, en los dedos de los
pies, cristalizaba produciendo a los monarcas y sus ‘casi iguales’ unos dolores
malamente llevaderos. Por entonces ya se conocía la gota, pero los médicos de
la época culpaban a otros males de tales síntomas y recomendaban comer más
carne. Más ácido úrico, más dolores, persistencia en el tratamiento, más carne
y así, sucesivamente, hasta que reventaban.