Como las
golondrinas avisan de la pronta llegada de la primavera, los anuncios de
subvenciones nos indican la cercanía de unas elecciones. El caso es que de unos
meses a esta parte suenan acordes celestiales que luego no son más que ruido de
tambores. Dos mil quinientos euros por hijo, doscientos y pico mensuales para
los jóvenes que alquilen una vivienda... Guiños de cara a la galería pero que
no resisten el menor análisis desde la perspectiva de quienes apostamos por un
modelo socialmente más justo. En realidad, el método elegido, la subvención
directa, no garantiza la cobertura indispensable para que sea eficaz. Vayamos
por partes. Somos conscientes de que hay un problema de conciliación de la vida
laboral con la familiar, sabemos que para muchas madres y padres traer un hijo
al mundo les supone un quebranto económico. ¿Eso se soluciona con un cheque?
Rotundamente no. El dinero del estado tiene que ser invertido en la creación de
una red de escuelas infantiles, hoy prácticamente inexistente, que de cobertura
a los niños y niñas de 0 a 3 años. De esta forma estaríamos creando un modelo
que se puede mantener en el tiempo (no de una medida de gracia potestativa),
que repercutiría más en quien más lo necesita (los precios van en función de
los ingresos y la subvención es la misma para quien trabaja en precario que
para el dueño de un banco) y sería la fuente de un derecho social por fin
reconocido.
Por otro lado,
el problema de la vivienda en España es un mal enquistado. Se ha construido de
forma disparatada y los precios han alcanzado niveles de vértigo. Pero eso,
lejos de resolver algo o de ser el único problema, ha generado otro: miles de
viviendas vacías y miles de personas sin posibilidad de acceder a una de ellas,
ya no comprando, en alquiler. España es una rara avis en el concierto de los
países europeos. La relación entre compra y alquiler está equilibrada mientras
aquí, con menor poder adquisitivo, el número de personas que viven en alquiler
es absolutamente minoritario y está mal visto socialmente. Se habla de la
cultura española de la propiedad cuando en realidad la cultura es el poso que
queda tras años de hábito en unas prácticas. Si las rentas de un alquiler están
muy próximas a las letras de una hipoteca es razonable que la gente compre,
cuanto más se separen esos valores más personas optarán por alquilar. ¿Hay
alguna medida ensayada y contrastada? La respuesta es sí. La creación de un
parque de viviendas públicas de alquiler a precio tasado. Frente a esta
posibilidad el Gobierno decide subvencionar a los menores 30 años con una
cantidad fija (tanto da el nivel económico de estos jóvenes, como sus
necesidades de vivienda o la ciudad en la que vivan). Este tipo de medidas
repercuten de forma negativa en lo que, se supone, es el objetivo deseado:
lejos de facilitar el alquiler lo que
hace es incrementar el precio. Las personas de las edades subvencionadas no van
a notar mejoría alguna (se lo quedará el propietario de las viviendas) y los que
la sobrepasen tendrán que pagar más. Flaco favor, por ejemplo, a quien esto
suscribe. En materia de vivienda, intervenir sólo sobre la demanda permitiendo
que la oferta campe a sus anchas, es garantía de incremento de precios. pero
anunciarlo pomposamente en la tele reporta beneficios electorales.
Podría
extenderme con el acceso a la salud bucodental o a otras iniciativas de
diversos gobiernos de Comunidades autónomas pero en el fondo es reparar en el
mismo círculo. Cuando el estado tiene que garantizar derechos y tiene medios
para hacerlo debemos reprocharle las políticas timoratas que, a cambio de pan
para hoy, no ofrece garantías para mañana. Podría haber una cobertura pública
pero han decidido que los recursos públicos acaben en manos de las empresas
privadas. Vamos, que toman las partituras de Mozart, las arreglan como Luis
Cobos y suena lo que suena