martes, 20 de abril de 2004

EL CRISTO Y LA BOLSA

Si hiciera caso a mis descreídos ojos y nada más me preguntase, esos renglones de feligreses  escritos en las calles a lo largo de la semana santa obligarían a reconocerme en medio de una sociedad henchida de un fervor religioso que, sin embargo, el resto del año desmiente. Una contradicción nada aparente que en principio me desconcierta. 

Bajo las caperuzas de esas reatas de penitentes que marcharon en filas de a uno se disimulan las caras de nuestros vecinos mostrando resabios de una religión prescrita con analgésicos marca dogma cuya modernidad se enarbola en pos de las treinta monedas que nos aporta el gran fetiche futurista: el turismo. Mañana, cuando las tallas reposen en sus aposentos cotidianos y muchos escondan sus convicciones religiosas para mejor recuerdo en el mismo armario donde guardan almidonada la túnica de sayón, los hosteleros harán cuentas.