Imagen tomada de elcorreo.com |
Miro. En una plaza que puede ser cualquiera de cualquier ciudad, tres
chavales, dos chicos y una chica, se encuentran sentados en un banco. Sus culos
reposan sobre la parte alta del respaldo; los pies, en la zona destinada a los
culos; sus torsos, levemente inclinados hacia adelante; las piernas, juntas y
la mirada, como abstraída, dirigida a sus manos con las que sostienen un móvil.
Detrás, un bar, uno de los bares de los que conocen la contraseña para acceder
al wifi.
El mundo, todo su mundo, parece, eso creemos, que se esconde debajo de
esa pantalla. Parece, eso pensamos, que cada cual está a lo suyo como si fueran
tres entes aislados. De vez en cuando, sin embargo, alguno levanta la cabeza,
sonríe e, inmediatamente, el resto ‘complicea’ sonriendo. Al rato, otro miembro
del grupo se gira hacia los otros dos, toca la pantalla del móvil y les muestra
el descubrimiento.