lunes, 23 de diciembre de 2002

COMPRAR LA VERDAD

La verdad no existe, de existir sería mutable y polifónica, si fuera eterna sería inaccesible para nuestra humilde razón. Aunque la mentira exista, la verdad no y su vacío ha de ser ocupado por algo, una paraverdad escolástica en cuya base la teología prima sobre la filosofía. Los dueños de Dios son los amos de la verdad creída. Un dios domesticador que soporte, y nos permita soportar, nuestras propias contradicciones; todo es parte de un proceso velado para los ojos humanos y, como tal, resignados, lo damos por bueno. La verdad como poder no es, por tanto, un proceso reciente. Falso o cierto, verdad es lo que admitimos como verdad. Éste es el axioma que provee sentido a la publicidad. Una musiquilla machacona, un lema reiterado, una marca -insustanciales en sí- aprecian el valor de un objeto frente a otro que es el mismo sin alharacas. La verdad que grita en cada villancico nuestra bondad navideña enriquece al comerciante, la verdad que mana ilusión genera una especie de ludopatía transitoria colectiva que nos lleva a llenar el bolso de décimos de lotería. El que puede dictar la verdad nos esclaviza, su dinero compra las voluntades hechas palabras de los que escriben convirtiendo sus opiniones en música cautivadora de flautista de Hamelin. Lo sabe Bush, el que compra y el Gran Wyoming  que no tiene precio.