Por más que uno se empeñe en creer lo contrario, nunca hubo
tiempos idílicos. El ejercicio de recordar te acerca momentos que -por
cuestiones personales o circunstancias sociales, ya no digo cuando se unen
motivos de ambas índoles, cumplir los dieciocho o veinte años en un país que
ebulle y se expande por haber dejado atrás una dictadura- hemos alzado al
anaquel de lo excelso. Mantengo presente
esta reflexión porque con frecuencia conviene frenar: la propia naturaleza
humana nos arrastra a cuestionar el presente al compararlo con un pasado falso
por hermoseado del que, por supuesto, sale perdiendo. Y echamos pestes.