Foto "El Norte" |
Posiblemente en alguna situación parecida a esta, si bien
muchos siglos atrás, el ser humano agarró sus miedos y los atenuó valiéndose
por primera vez de un recurso exclusivo de los de su especie que posteriormente
fue conocido como ‘oración’. Después, con la erosión lógica por el manoseo de
cientos de generaciones, la oración fue adaptándose a los diversos ritos
religiosos que fueron, son y serán y tomando formas concretas en función de las
diferentes dificultades ante las que la propia existencia nos aboca o los
simples hechos ineludibles a la propia existencia como la enfermedad o la
muerte; pero antes de todos esos procesos antropológicos, antes de invocar a
diosas de la fertilidad o a deidades que procurarían fértiles cosechas, algún
ser humano quiso encontrar auxilio más allá de sus propias fuerzas cuando
comprendió que estas no eran suficientes. Fue, por tanto, un momento de
absoluta modestia, unos segundos en los que nuestro pasado asumió que ni las
propias fuerzas, ni su orgullo, tenían ya capacidad para salvarle el pellejo.
Quizá le fue bien y lo atribuyó a la plegaria. Tal vez estando a punto de ser
devorado por alguna fiera que le había atacado en campo abierto en una jornada
de caza, sintiéndose ya alimento de la bestia, se encomendó a algún supuesto
ser superior para que algo ocurriese que revirtiera la situación e,
inmediatamente, el animal caía abatido por una certera pedrada lanzada por
algún congénere. Nuestro primario protagonista, en tal secuencia de hechos, ante
lo que pudo ser sin más una bendita casualidad temporal, advirtió una relación
causal que relacionó el ruego con la presencia salvífica de su pariente.
Siglos más tarde, el psicólogo estadounidense Abrahan
Maslow, queriéndose adentrar en el comportamiento humano, expuso una teoría en
la que, tras escalonar nuestras diferentes necesidades en forma de pirámide,
afirmaba que, en la medida que las de abajo se iban satisfaciendo, se creaban
unas nuevas que Maslow apuntaba en el piso subsiguiente. En la cuarta planta,
siempre según este psicólogo, habitan las necesidades de reconocimiento. Y vaya
sí son importantes estas necesidades, tanto que no sé si incluso deberían ir
más abajo. Necesitamos ser aceptados en nuestro ámbito y, por lo mismo,
llevamos mal, muy mal, sentirnos responsables de un mal que afecta en ese
entorno propio. No en vano dedicamos buena parte de nuestro tiempo a encontrar
la forma en la que aminorar las consecuencias de nuestros errores, cuando no a
evitar que aparezca la relación entre el error y ese autor que soy yo.