jueves, 14 de febrero de 2013

USTEDES FIRMEN, YA YO LUEGO…

Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones, fue, durante el reinado de Alfonso XIII, tres veces lo que hoy llamamos Presidente del Gobierno, amén de ostentar en diecisiete ocasiones el cargo de ministro. Con tal bagaje sobre sus espaldas podemos intuir que conocía cada vericueto de la administración y, por ello, no perdía el tiempo en debates estériles en los que algunos de sus colegas parecían jugarse la vida. En medio de una batalla parlamentaria, mientras los cuchillos volaban en el Congreso, él permanecía abstraído. Sus compañeros, que observaban perplejos tanta parsimonia, le llamaron la atención. Les miró con ese aire de superioridad que da el haber tratado hasta con el diablo y les replicó: “Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento". No le faltaba razón y no le faltaría hoy. La separación de poderes en España continúa sin estrenarse. El Congreso y el Senado están formados por brazos de madera que se levantan al son de la música de los sucesivos gobiernos. Nadie vota en contra de lo que ordena su partido salvo excepciones, unas honrosas, otras no tanto, baste recordar aquel penoso capítulo que relata cómo Esperanza Aguirre llegó a presidir la Comunidad de Madrid.

BRASEROS DE AUTOCOMPLACENCIA


Las voces llegan a mi habitación, levanto la persiana y observo una muchedumbre que grita frases que empiezan por NO. No a esto, no a aquello. Abro la ventana, me asomo y leo las pancartas. Todas, casi todas, empiezan por un NO. No a esto, no a aquello. Espero, cuando la manifestación (¿Desfile? ¿Procesión?) ha terminado me pongo el abrigo, hace frío hasta en casa, y salgo a la calle. No tengo un destino definido, camino, solo camino y miro los rostros de las personas con las que me cruzo. No percibo chispa en sus ojos, no intuyo un gramo de ilusión, camino. Pienso en alguna palabra que pudiera turbar esa triste sensación que no es tristeza sino desesperanza, una frase que pudiera romper esa monótona desazón que no es desazón sino derrota. Pienso, pero no doy con ella. Tengo las manos heladas, entro en un bar, necesito un café que caliente las manos y la garganta, una sonrisa que caliente el día.
A mis oídos llegan cenizas de una conversación que mantienen dos hombres y una mujer que comparten la mesa de al lado. No puede ser, dicen, no podemos seguir así. Me giro. La tele está encendida pero sin volumen. Un subtítulo enmarca las palabras inaudibles de la presentadora: los indignados toman nuevamente las calles.
Vuelvo a casa. Leo un periódico, me sobresalta el titular. En España hay más de 6 millones de parados, los mismos que había en Alemania, con una mayor población, cuando Hitler ganó las elecciones. ¿Es posible, me pregunto, que aquí, ahora, pueda ocurrir algo parecido? Me desasosiega la respuesta. La que doy a la pregunta y la que veo en la calle. Hartazgo de noes y de indignaciones, toneladas de rabia y miedo que de la mano provocan gestos temerarios pero solo gestos, miles de personas con la fuerza intacta pero sin saber hacia dónde, ni cómo dirigirla.
Veo también personas, organizaciones, que anticiparon esta situación, no son pocas, nunca estuvieron quietas. Antes fueron llamados catastrofistas, ahora, medio con orgullo por haber sido capaces de prever, medio con pánico ante tanta incertidumbre, se preguntan qué hacer. El problema es que se lo preguntan en cenáculos autocomplacientes, reductos en los que todos se dan la razón o se pierden en discusiones bizantinas, burbujas de corrección política en los que nadie se sale del librillo, pequeños braseros, abrigos raídos. A veces surge una respuesta y se ponen manos a la obra, pero tampoco esa obra sale del círculo. Mientras, en la calle, crece el hastío. Miro por la ventana. No la abro, hace frío.

Publicado en "Ultimo Cero" el 31-01-2013