El relato, escrito mucho tiempo después, podría arrancar dentro
de un año largo, justo el día del aniversario de la fecha en que se consume la
defunción. La frase que vencería al miedo del folio en blanco diría algo como
“El cura esperaba sentado en un sillón con la cabeza inclinada sobre la casulla
de los oficios de réquiem”. Cambiando, eso sí, ‘cura’, ‘casulla’ y ‘oficios de réquiem’
por Sergio, ‘camiseta del Pucela’ y ‘remembranza’. Este texto alternativo ni lo
escribirá Ramón J. Sénder ni, por suerte, por suerte, por suerte, relatará los
prolegómenos de la misa de ‘réquiem por un campesino español’. Pero sí
serviría, como el original, para relatar un proceso de expiación de culpas y
lavado de malas conciencias, para comprender que la muerte, cuando es a
destiempo, suele tener muchos padres. El lector -joven aun en aquel momento
futuro- de este relato de un pedazo de la historia del Pucela sabrá que esa
temporada su equipo descendió. ¿Qué sentido, si no es el recuerdo de una
muerte, tiene que el comienzo del relato esté ambientado en una sacristía con
olor a incienso, que los participantes asuman desde el principio su
responsabilidad en un final cruento?