martes, 13 de diciembre de 2016

CANASTA DE CONCEIÇÃO

Quizá fuese el silencio más estruendoso de la historia del deporte. El uruguayo Ghiggia, cuando comprobó que Barbosa, el portero brasileño, en su intento de cerrar la línea de pase, había dejado al descubierto un espacio entre él y el primer palo, golpeó virulentamente el balón que terminaría alojándose en la red. Maracaná, 200.000 personas, que eran todo Brasil, festejando lo que a buen seguro habría de ser, súbitamente calló.
Esa máquina brasileña de hacer fútbol hubiera tenido suficiente con un simple empate: aquel partido no era propiamente una final del mundial, sino el último encuentro de una liguilla de cuatro, un simple formalismo previo a la recepción de la copa de campeón. No es que lo esperado fuese la victoria, es que el público asistió para celebrar el avasallamiento a los uruguayos. Obdulio Varela, el ‘Negro Jefe’ de la celeste, así lo reconocía: “…si ese partido lo jugábamos otras 99 veces las perdíamos, pero ese día nos tocó el cien”.