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Foto "El Norte de Castilla"
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Hace unos años, la palabra ‘existe’ adherida al nombre de
una provincia de esas casi vaciadas cuajó fortuna. Los ecos del Zamora, Soria o
Teruel ‘existe’ retumbaban como el the sound of silence: sonaban más a lamento
que a rebeldía política. El fuego nació ya apagado, tan fue así que incluso
diputados de los partidos de gobierno -del que fuese- se postularon para
encabezar las marchas tras haber acatado sumisamente los designios de sus
‘superiores’ en el Parlamento. En Teruel fueron más allá y se presentaron a las
elecciones. Resonó un poco más, pero fue lo mismo, más sollozo que
insurrección.
De repente ese ‘existe’ ha cobrado fuerza desde el lugar más
inesperado, el envés del despoblamiento, la comunidad receptora -de todo- por
antonomasia: la mismísima Madrid, a resultas del lamentable espectáculo del
conflicto entre el gobierno de la comunidad y el de España sobre la gestión de
la pandemia, ha emergido como sujeto político visible. Recalco ‘visible’.
Madrid ya era un sujeto político mayúsculo; pero ejercía su sobresaliente
influencia callada, imperceptible, como si la cosa no fuera con ella, sin
disonar nunca con la música oficial.