En cuatro de las siete derrotas en Liga de esta temporada,
el Valladolid ha recibido tres goles; en otra, cuatro. Vaya, que cuando el
equipo cae, lo hace con estrépito. No puede ser casualidad, la imagen que se
transmite es la de un equipo que camina brioso haciendo alarde de gallardía y
donaire cuando la tarde se abre plácida y el camino, recién arreglado, discurre
plano, seco, sin roderas de tractor. Cuando no, si relampaguea o caen chuzos de
punto, si transita por un pedregal encharcado, el equipo, por no ponerse en
pie, no hace ni sombra. Su mérito, eso sí, consiste en haber convertido peñascales
en sencillas vías de concentración, en haber trocado mañanas de niebla en
tardes de paseo. De hecho, por muy estruendosas que fueran, son solo siete las
derrotas.
La de Oviedo quizá haya dolido más porque la tabla en la que surfea el Pucela cabalgaba sobre una ola de optimismo. Por eso mismo, también quizá, bien pensado sea menos dolorosa. Al fin, esto es una competición y si se contrastan los dos, tres, cuatro… últimos resultados de los aspirantes, observamos que, pese al parón, la velocidad pucelana es adecuada.