domingo, 5 de enero de 2020

EL FRÍO QUE SE PUEDE SENTIR

Foto "El Norte de Castilla"
Escuché a los viejos, tanto a los de Rasueros como a los de Valladolid, decir que el frío ya no es lo que era. Los del pueblo rememoraban nevadas que cuajaban, recordaban que el agua del grifo no corría porque se había congelado en las cañerías subterráneas; los de Pucela se regodeaban contando cómo se jugaban el tipo atravesando el Pisuerga o el Canal de Castilla helados, bromeaban con que 'en su época' no había nieblas en plural, que solo había una que empezaba en octubre y no alzaba el vuelo hasta casi la primavera. Ahora que empiezo a ser viejo, voy asumiendo el papel que, si la biología tiene a bien, me ha de ir correspondiendo, y aprovecho los viajes al pueblo para contarle a mi hijo que de los tejados colgaban hacia la calle chupiteles de más de un metro o narrarle alguna historieta como cuando, convencido de que resistiría, salté sobre la placa de hielo de una zanja –el asfalto y la canalización aún no habían llegado– y termimé embarrado de pies a cuello precisamente el día en que mi madre, por mor de la matanza, más trabajo tenía.