Al final fue que sí, como pudo haber sido que no, y los aficionados
acudieron sin siquiera un aspaviento a esta liturgia semanal que se pone de
nuevo en marcha. Hasta que un día se cansen -nos cansemos- de tanta burla de
los que nos miran desde arriba, desde tal altura debe ser que parecemos poco
más que hileras de hormigas, unas iguales que otras, todas prescindibles y como
tal nos tratan. Y como tal actuamos, sin levantar la voz, sin decir ¡hasta aquí
llegó la riada del 63! Total, pensamos, para lo que va a servir. Los dirigentes
de nuestro fútbol son de esta ralea, para ellos el fútbol son dos columnas en
una tabla, la del debe y la del haber. Con la diferencia llenan sus carteras.
Caso de no haberla, se deja de pagar y la ruleta sigue dando vueltas. La grasa
que la hace girar, el dinero que les llega por unos medios o por otros, parte
siempre del bolsillo de las menospreciadas hormigas a las que tampoco se debe
liberar de su parte de culpa: han dejado hacer y les han hecho.
El lamento
llega siempre tarde. La última ha rozado el límite de lo esperpéntico, en una
semana nos dijeron que empezaba la competición, que dejaba de empezar y que
venga, que sí, que empezamos. Y usted, que le apetecía ver el partido, no supo
hasta casi el último día si quedarse en Pucela, irse a las fiestas de su pueblo
o sacar billete para el tren playero. A ellos poco, por decir algo, les
importa. Al final fue que sí, pero no se puede hacer como si nada hubiera sido.
Quizá, hormiga a hormiga, se pueda alzar la voz lo suficiente como para llegar
alto y recobrar el respeto que no se sabe en qué punto del camino nos
perdieron. No es incompatible mantener una pasión colectiva con un
comportamiento propio del ganado lanar. Al final fue que sí y el partido
produjo la primera alegría en forma de resultado pero eso es poco bagaje para
la ensoñación. Los futbolistas, al afrontar el primer partido de una temporada,
deben sentir un miedo similar al que sufre un escritor ante la amenazante
presencia de un folio en blanco, un pánico que no amaina aunque haya escrito
mil artículos o dos docenas de libros. Más si cabe cuando algunos acaban de
llegar a estas tierras y otros sienten que en sus piernas está el resarcir al
equipo del fracaso de la temporada anterior. Pero llamarse Real Valladolid o
tener la vitola de equipo que fue de Primera deja de tener valor en cuanto el
balón corre por el césped. Analizar lo visto tiene sentido, hacer una
proyección de lo que puede ocurrir en los próximos diez meses roza lo
temerario. Lo que no quita para que algunos detalles inflen esa bolsa de gas
que se llama ilusión. Uno de estos detalles es la incorporación a la plantilla
del portugués André Leao, un jugador que llegó de puntillas pero que impregna
de calidad a cada jugada que pasa por sus pies. Pero, junto a ese optimismo
inmanente al primer triunfo habita el principio de precaución. Lo que haya de
ser lo sabremos, mientras tanto disfrutemos de este relato que podría comenzar
a la manera de Tolstoi en Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen
unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse
desgraciada”. Y al final...
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-08-2014