domingo, 2 de febrero de 2014

SIMPLE CONTRA BARROCO

Pudo ser así, o quizá nunca fue, pero así me lo contaron. Un chaval por cuya apariencia podemos vislumbrar que no hace tanto que ha cruzado la frontera de los veinte, se acerca al escritor bonaerense Jorge Luis Borges, quien recién acaba de terminar una conferencia. El chico porta una carpeta que tiembla entre sus dos manos, en su gesto alguno podría vislumbrar un cierto temor, otros una ilusión desmedida; lo cierto es que, ese es el poder de los gestos, probablemente expresase las dos cosas a un mismo tiempo. Maestro, dice con voz entrecortada, le dejo esta novela que he escrito, me encantaría conocer su opinión acerca de ella. Borges, que jamás destacó por su don de gentes, o bien podríamos decir que nunca utilizó eso que podríamos llamar hipocresía social como aceite para sus relaciones, le alejó con un áspero movimiento de la mano y con desdén le dijo que no le hiciera perder el tiempo, y añadió: ‘Si aún no he terminado de leer la obra de Dostoievski no encuentro motivo para leer antes la suya’. El joven se quedó, probablemente para su bien, sin conocer el juicio sobre su novela del escritor consagrado, este tenía claro que cualquier juicio parte de una pregunta: ¿comparado con qué? Y con esas, la novela del imberbe siempre salía perdiendo ante cualquier cosa escrita por el ruso. Cosas de la vida, con el pasar de los años Borges renegó (también) del autor de "Crimen y Castigo".