Decimos por aquí
que en la mesa y en el juego se conoce al caballero. Si olvidamos el tinte
clasista que expele el tenor literal de este refrán, podremos obtener de él una
enseñanza: aunque uno se pase la vida queriendo disimular, hay ámbitos en los
que la verdadera personalidad, por más empeño que uno ponga en esconderla, se
impone a las apariencias.
La muerte de Adolfo
Suárez ha tenido este efecto. Las versiones oficiales han edulcorado una época
de cambalaches y posibilismos, ‘una tormenta que -como cantara Sabina- duró hasta entrados los años ochenta cuando el
sol fue secando la ropa de la vieja Europa’. Desde este hoy que se nos
desconcha ha brotado un arrebato melancólico como si ese ayer fuese
paradisíaco. Pero, sigo con Sabina, ‘no hay
nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió’.