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Imagen tomada de 20minutos.es |
No existe frase que haya sido preámbulo de más tormentas que
“esto no es lo que parece”. Digo preámbulo y no desencadenante ya que esa media
docena de palabras, en realidad, no desencadenan nada de nada, simplemente
aparecen en el interregno entre el hecho descubierto y sus previsibles
consecuencias como una torpe petición de tregua, como forma de ganar ese tiempo
necesario para encontrar una excusa barata. No suele surtir efecto, lo evidente
de la escena suele dejar poco margen para que el subterfugio consiga que amaine
la sucesión de rayos y truenos que se ciernen sobre la sala. Más aún, no suele surtir efecto porque la
persona agraviada con lo que acaba de descubrir no se halla muy por la labor de
creerse ninguna patraña. En efecto, más que por la verosimilitud de la
historieta, el asunto acaba de mejor o peor forma en función de la voluntad de
la persona agraviada por creerse la milonga; una voluntad que depende -entre
otras cosas- de las consecuencias que crea que tenga para ella, de cómo se
ajuste el relato al estilo de vida que lleva, que pretende seguir llevando.